Otra semana, otra jornada.

 

De nuevo surgen opiniones tendentes a certificar el cambio de la tradicional semana de siete días por otra menos cansina. Cuando hace más de un siglo, Paraguay irrumpió en la historia decretando por primera vez la jornada de ocho horas, hubo sustos; lo que no impidió que nuestra ibérica España figure como primer país europeo en instaurar tal jornada. Que no se olvide.

En nuestros días, lo de trabajar menos de ocho horas diarias puede ser apetecible; pero estamos habituados a que los servicios de lo que denominamos “Estado del Bienestar” permanezcan en funcionamiento las veinticuatro horas. No queda entonces otra salida que repartirnos entre servicios y días. Si se quiere trabajar menos, habrá que dedicar más gente al trabajo.

Lo teocrático impuso que la medida del tiempo debía ordenarse en periodos del incómodo número siete; que aunque siga siendo mágico, ocasiona tendencias egoístas: todo el mundo se apunta a descansar sábado y domingo; incluso ya hay quien defiende que también el viernes, incluso en ambientes universitarios se festeja el jueves. Y resulta que los niños, las atletas y las neurólogas también se pueden poner malitos el sábado, tener un accidente deportivo el domingo o requerir los servicios de la policía el viernes. Conclusión: estamos acostumbrados a no dejar descanso a los servicios públicos durante el triduo de cada fin de semana, así como somos incapaces de asegurar ausencia de averías domésticas en cualquiera de sus días. Lo democrático será ahora discutir el salario.

Dudo si podríamos acordar trabajar y alternar periodos de descanso de tal forma que quien decida -o se le imponga- trabajar ocho horas diarias durante el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará todas las horas del periodo viernessábadodomingo. Y viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia y demás ajustes. O indagar en la jornada de seis horas, que también es múltiplo de veinticuatro para cumplir con turnos.

Pero lo más afortunado serían las condiciones de intercambio comercial y social entre pueblos, con la consiguiente duda de no saber qué fin de semana es el más apetecible; si el que comienza en lunes o el que acaba en domingo. Puede que incluso así la gente deje las bajas por enfermedad para los días de descanso y los servicios públicos mejoren en salud.

Goyo

10-oct-18

 

 

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