La tormenta

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Atormentado el tiempo en el que se mezclan truenos y luces negras.

Toda Iberia parece oscurecida en razones como para ser obediente a pasiones ingobernables; en las plazas y en las urnas se infringen castigo a los gobiernos y se optan por las versiones más inhabilitantes. No es que seamos adeptos a las perversiones que encuentran placer por vernos maltratados y humillados, es que parecemos disfrutar al sentirnos disminuidos de protección social y nos queremos acostumbrar a sufrir las inclemencias que producen las sociedades egoístas. Una ola de disfrute extraño porque así entenderemos mejor las penurias de África subsahariana o de Europa nordasahariana.

Y es que hasta la infancia sutil y abierta se muestra sensible para participar en el rosario de opiniones que definen qué deberíamos hacer. Ellas y ellos también han aceptado la pasión de intentar ser la persona que mejor sepa mandar. Quieren los niños llegar a mayor para figurar en los carteles de las calles. En ellas y en ellos también está de moda eso de ser concejala o alcalde. Y yo les digo que deben esperar mucho tiempo mientras piensan, que así podrán acumular maneras diferentes de leer y solucionar los problemas.

– A ver, ponnos uno, a ver si nosotr@s sabemos o no ser. Y esto es lo que les dije:

Una tarde de mayo, se tapó el sol a base de nubes que iban engordando mientras las cinco se despertaban de la siesta. El calor era menos, el aire se movía más deprisa y los cielos dibujaban colores grises, blancos, blanco azulado y gris azulado,… en fin, que una vez visto tal panorama celeste, la gente experimentada afirmaba que era la paleta de grises que sirve para anunciar que la tarde viene preñada de tormenta.

Comenzó a llover después que las revoltinas barrieran unas aceras y ensuciaran otras: papeles, bolsitas de celofán, hilachas de plástico, pajas secas y variadas, envoltorios de colores, … una mezcla diversa de basuritas se trasladaban al concierto ad libitum del aire loco. Y empezó a llover,… con las ganas que tiene la lluvia de calmar las ventoleras y mojar los papeles para que pesen y descansen. La lluvia, además, sonaba por mil las mil gotas que a la vez caían sobre las gotas caídas que habían cubierto ya el asfalto con una lámina transparente y repleta de mil círculos. A la vez, granizos como garbanzos de tamaño variado bajaban mezclados con los goterones, que poco a poco se fueron transformando en granizones y así, el agua fría con esferitas de hielo achaparró flores y obligó a los gorriones a esconderse.

Las hojas de aquel árbol, rotas y desprendidas viajaban montadas en el viento o embarcadas en el agua que comenzaba a inundar, a tapar superfices, a llenar hoyos y a correr obediente las cuestas abajo,… Lo interesante y espectacular de esta tormenta, quizá no fuesen los vivaces relámpagos y los roncos truenos; lo inesperado es que el árbol se desnudaba, los arroyos pasaban de introducirse por los imbornales y las aguas iban como de feria en feria sin descansar ni conducrise por donde dicen que deben recorrer urbanas (obedeciendo al buen urbanismo).

Aquella casa tenía un patio, con un sumidero central que recogía en su boca toda el agua loca que, como iba revuelta de granizos, algunas hojas arrancadas del árbol vecino y papeles flotantes, bien pronto atascó la salida y acumuló un charco inmenso que, según contaba el ama de aquella casa, subió como una cuarta en todo alrededor de las paredes,… que las marcó de huella sucia y húmeda señal.

Así que la mujer quiso encontrar solución yendo al señor Alcalde, al que le expuso el caso a la vez que acusó al árbol de la acera, casi pelado, de ser autor y responsable de tan dañina inundación. En la exposición, la mujer añadía la solución: como el árbol era del Ayuntamiento, el señor Alcalde debía ordenar y pagar a los pintores para que el patio se limpiase y pintase. Y que, además, para evitar males futuros, se cortasearrancase el árbol.

-¿Qué le responderías tú si fueses la Alcaldesa? -Le pregunté a Felisa-

Y Felisa dijo que ni hablar, que de eso nada, que el patio era de la señora y no del Ayuntamiento. Y otros y otras aspirantes a ediles ensayaban respuestas parecidas y mejores. Que qué cara!. Que el árbol no tiene culpa. Que esa señora no piensa bien. Que qué pena eso de arrancar el árbol. Que las tormentas son las tormentas y que a mi padre le abollaron el coche los granizos y que el seguro dice que eso no lo cubre !…

Y Esther aporta su respuesta en una pregunta: ¡Y a quién se le ocurre hacerse una casa al lado de un árbol?!

(Por si algo sirve para vecino o Alcaldesa)

Goyo
07-jun-11

Una banderita para los árboles urbanos.Bandejpg

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