Después de Lisboa, la ciudad más importante de Portugal se llama Saramago, que está al norte, que la lava el Duero y la baña el Atlántico; así que tiene el modelo lisboeta y no ha querido ser Aveiro.
Digo esto de Aveiro porque aquella tarde de 25 de agosto, que era el día de San Luis, hablando por teléfono con mi vecina del campo, nos arropó la casualidad de que yo estuviese justo al lado del puente de Aveiro bautizado en recuerdo del general portugués Humberto Delgado. Luisa -que sabe más- me facilitó las emociones al recordar por día y puente a José María, que fue juez y Crespo. Así que yo pisaba a gusto los paseos paralelos al canal y atravesaba a gusto el puente de aquel general que tan cercano me lo puso el juez, después de muchas conversaciones sentadas. En las escaleras. A solas. De noche. Con pausas. Algún pitillo. Buen whisky con hielo. Así aprendí a amar a Portugal.
Y resulta que los concejales -veedores- de la ciudad portuguesa del Duero no han querido que una de sus calles tenga el nombre de Don José, que es Premio Nobel de Literatura, quizá por temor a que un futuro metaplasmo trueque la calle por la ciudad, como el buen vino.
El jefe de la bancada “popular” portuguesa -que de nombre tiene tres tristres letras-, ordenó el rechazo de una propuesta del equipo contrario opositor por la que se solicitaba que una de las calles de Oporto tuviese el nombre del genial literato. Al parecer, la cosa viene de atrás, de un veto expreso del gobierno del SPD porque entre sus gustos no estaba la versión original del Evangelio según su propio autor, sino que se inclinaban mejor por cualquiera de las cuatro versiones conocidas.
No han adelantado nada. Cada vez que cruce el Duero, sé que esas aguas van a morir al mismo lado de Saramago, que lo siguen haciendo atlántico. Así que cuando me encuentre cerca, preguntaré a cualquier portugués qué dónde está la ciudad de Saramago.
Goyo
29-jul-10