Tía Zopa

Tía Zopa

Hay luces que falsean la quietud. Detrás de tía Zopa está la puerta con tablas en crisis, así que no hace falta preguntarle al chozo dónde está el guarda. El estar de la abuela es fabricado, hay una especie de áurea que informa que la mujer estuvo solo así para que la foto pudiera salir; sólo para la instantánea que después la hizo levantarse como un resorte al que se le ha quitado la traba.

La foto entonces es la traba, el motivo ajeno y extraordinario que aparenta lo que no existe.

Ha sido la silla. La silla es la chivata de la historia estática de la foto de la tía Zopa; la silla guarda más certeza que el Carbono catorce. La silla se colocó para el artificio. Una mujer escasa en sillas no derrenga las patas delanteras por las prisas. La silla no está rota, simplemente desvencijada por el stress. Los palos verticales se dispusieron divergentes y torpes de visita.

No así las alpargatas, asentadas en lo llano, dispuestas a seguir otros sitios distintos al reposo. Fíjate bien que los pies no está descansando, se preparan a su espíritu activo.

El regazo vacío de pura luz, las manos agarradas para quietas y la mirada posible de una especie de cíclope lateral que sabe estar en las esencias.

Y luego, la piedra; la negra pizarra pegada con gravedad gravitacional, con ese diseño hurdano que se repite en Cuzco o en las montañas de Nepal. Cada rincón embellece un laberinto, cada piedra acumula un recuerdo, cada hueco muestra un aliento.

¿Veis por qué el negro es elegante?

Era la bisabuela de un compañero, sigue siéndolo.

Goyo
17-jun-10
Dedicado a Esteban Hernández Ruiz.

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