Hay que seguir diciendo que las bases biológicas de los organismos vivos de este planeta, están diseñadas de forma que, ineludiblemente, su desarrollo debe culminar en la apoptosis celular; o sea, que «estamos diseñados para vivir para morir«, expresión que suena rara porque no queremos bajarnos a reconocer su certeza. El caso es que, mientras llega la certeza, seguimos empeñados en prolongar el proceso y apartar la meta. Científicos, santeros, brujos y sacerdotisas -cada cual en su saco de revoltijos- se han encargado de prometer o asegurar una larga estancia muy a pesar de que la larga y verdadera no es estancia sino ausencia.
Pues la espirmidina, es una poliamida reguladora del crecimiento animal y vegetal, con efectos fisiológicos diversos pero dirigidos a retrasar la muerte celular; algunos de ellos se basan en limpiar las basuritas celulares y transformarlas en productos menos agresivos. Tan querida substancia y tan sabroso descubrimiento nos acercan al mito de la eterna juventud cosa que algunos quieren cambiar por el de la permanente madurez.
Y digo yo que ahora que vamos a tener más tiempo, bien pudiéramos dedicar parte de él a estudiar cómo reducir, reparar o controlar los efectos negativos de las basuritas que las células urbanas producen en el organismo social. Los restos sólidos, los restos líquidos y los restos gaseosos urbanos, amenazan cada vez más -según otros científicos- la salubridad social y su consecuente individual: la basura
La basura puede ser controlada gracias a una enorme variedad de recursos; muchos de ellos con escasa incidencia en la economía, aunque otros hayan sido creados desde presupuestos economicistas. Así entonces, la basura también se maneja como arma social, recordemos el caso de la huelga de recogida de basura en el área napolitana.
Otro procedimiento de limitada repercusión economicista, creado por otra cultura, se ha desmoronado en estas fechas: la capital de Egipto convive con un vertedero que conlleva más riesgo que el mal que deseaba prevenir. En este caso, los cerdos convivían en equilibrio con las dos culturas imperantes (musulmana y cristiana) funcionando estos animales como máquinas naturales que limpiaban cualquier tipo de residuo orgánico y facilitando a la vez fuente de carne a las familias cristianas, por lo general más pobres. El miedo a la peste porcina ha supuesto la eliminación de tan infrecuente manera de reciclado; pero el resultado pone de manifiesto un problema más temeroso que el que se pretendía combatir.
Una interesada comparación con las funciones de las poliamidas, sobre todo fijándose en los nombres de las más frecuentemente estudiadas (putrescina, espermidina, espermina o cadaverina) nos invitan a sospechar que cada una de nuestras células podrían albergar una piarita de limpios cerdos. Y es que del cerdo se aprovechan hasta las andaderas.
Goyo
06-oct-09