Lo que importa es el residuo.

A la especie humana le han asignado el residuo como guardaespaldas. No hay manera o condición que nos libre de huellas, restos y rastros; aunque aún no se hayan encontrado los despojos de la manzana mordisqueada del paraíso ( … o ¿quizá somos nosotros?). Y además, paradójicamente, los restos sirven de indicios, que son el primer apunte para llegar a la sabiduría. Así sabemos que somos algo más sabios cuando mejor sepamos administrar y organizar lo desperdigado, lo abandonado o lo no resuelto.
Ahora viene la moda de lo nuclear, del arrimarse o no de nuevo al riesgo de la energética del Uranio y del Plutonio, que una vez descubierta pareció adecuado ensayarla como arma argumentaria; ejemplo: Hiroshima, en pocas horas se convenció a todo un Imperio.

Aunque no hagas ni siquiera cualquier cosa, sudas. Sudamos tal normalmente que ya nos sirve de escusa para la ducha cotidiana. Sudamos porque producimos residuos. Sudamos hasta para molestarnos y aplicar afeites o ungüentos que simulen tanto la aparición del residuo como los efectos del residuo. Como no podemos dejar de sudar, compramos desodorantes, desudorantes, antisudóricos, transpirantes y lo que convenga aún inventar con tal de no dejar mal rastro y sí buena pista.

El uso del fuego no solamente nos descubrió eso de la energía calorífica; también nos dejó la ceniza, huella postrera … pero renovable, porque servía de nuevo de alimento a otros vegetales similares a los que habían servido para la fogata. A este tipo de actitud y uso energético lo denominamos «uso de energías renovables», actitud cada vez más aplaudida y no tanto respetada.

El uso del petróleo energético no sigue las ventajas de las «energías renovables» deja residuos variadísimos en olores, sabores y colores; al parecer el que más preocupa al gentío es una simple molécula de tres átomos: CO2. Este compuesto tan aparentemente oxigenado (tiene el doble de átomos de Oxígeno que de Carbono) sigue levantando dolores de cabeza a lo que entendemos por civilización de aquel petróleo que cambió el clima de todo el mundo menos el del desierto de donde procedía. Es su residuo indiscutible, invisible, camufable,…

Ahora se añade de nuevo la discusión nuclear porque las plantas nucleares no expulsan nada de anhídrio carbónico, su problema es otro residuo; en este caso, indigerible por las plantas.

En las «energías renovables» está la salvación. Y una de las evidencias más elocuentes de que esto es así, es la pericia y la ternura con la que los bancos y las empresas han acogido la idea y sus intereses. ¿Caminamos entonces hacia la burbuja de las renovables?.

Otra vez cumpliendo con nuestro espíritu de la contradicción, convivimos con apuestas valientes a favor de los nuevos sentimientos ambientales a la vez que somos el país que mejor incumple el contrato de Kyoto.

Goyo
18-jun-09

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