El senado giratorio

 

 

 

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Como herencia apreciada de aquella cultura clásica de la civilización romana, muchos países actuales siguen depositando tareas de gobierno a la institución llamada Senado. A pesar de las muchas variaciones que a lo largo de la Monarquía y de la República romanas tuvo este organismo político, parece que una de sus esencias sigue descansando en la creencia de que la persona dedicada a la Política puede tener menos pasión y más aciertos si su edad es avanzada y su oficio repleto de experiencias; es decir a un senador se le prefiere senex, anciano. Aunque una cosa es ser anciano y otra ser caduco.

Acuérdense de aquella etapa en la que nuestro monarca tenía como prerrogativa nombrar a un elenco de 41 viejas personalidades que compuso el grupo de senadores por “designación real”; hasta llegar a los 208, los demás senadores eran elegidos por la ciudadanía. Viendo ahora quiénes formaron tan exquisito equipo de distinguidos por el Rey, se puede decir que lo de las puertas giratorias no es invención moderna.

Para la buena teoría, ser senador requiere una edad en la que los destellos luminosos de la experiencia sirvan para paliar los posibles achaques de la edad abundante. Por eso es bueno que un senador haya sido alcalde; pero no lo es tanto que un senador también se ocupe ya, y a la vez, de una alcaldía.

Si triunfa en nuestros días el imperioso y general criterio de que un político sólo ha de ostentar un cargo -y sólo un sueldo- se sigue poniendo en evidencia que los aparatos de los partidos permanezcan anclados en principios de decisión tan anticuados como alejados de una militancia activa y crítica. Quizá sea éste el factor clave que defina el pobrerío democrático que nos nubla y el que impide el acercamiento a los partidos de mucha gente ilusionada con la participación política.

No debe ser cómodo el caso en el que los dirigentes propongan una lista y las quejas de militantes de base desquicien la puerta giratoria. O es la militancia la que no funciona por desobediencia, o es que sus dirigentes están cortos de autoridad.

Teniendo nuestra sociedad necesidad indiscutible de numerosos y buenos políticos, la duda de esta semana radica en si debemos añadir a la tarea del senador el oficio de repartir su experiencia para que la militancia ejercite la crítica.

 

Goyo

13-oct-15