Estos son mis vicios



Hay hábito de hacer mal ciertas cosas y hábito de hacer las cosas malamente; de lo segundo me considero ignorante, de lo primero me confieso autor frecuente. Sentencio así el vicio primigenio que sostiene a otros muchos de los que sólo me está dado publicitar cuatro.

Vicio número dos.- Cuando los libros y sus seguidores me enseñaron (y yo aprendí) que es connatural al ser humano vivir en sociedad, adquirí el hábito de contemplar mi relación con los demás de manera y forma que suelo decir y hacer desprendiéndome de mis deseos propios por satisfacer los ajenos y así sentirme usador de lo social (abusador socialista según otros). O sea, que caigo en el error de ser un imbécil a los ojos de muchos egoístas.

Tercer vicio.- Con solo dos días de vida (mi madre me lo ha contado muchas veces) comencé una larguísima serie de graves enfermedades, todas ellas amenazantes de aquellos entierros infantiles de los años cincuenta (dindes); las superé a los cinco años de tal manera, que mi única enfermedad desde entonces es padecer una angustiosa hipocondría, agravada por las consultas malignas a las páginas de la red. O sea, que soy un cagazas.

Cuarto vicio.- Acostumbrado que me tiene el poderío femenino a la dieta de pocas roscas, me envilezco en sueños oníricos y en solicitar pase VIP al cielo de las huríes del profeta; pero que me dejen ahora disfrutar de lo agnóstico. Vamos, que soy un hipócrita sexual porque otras veces sueño con las walkirias.

Quinto vicio.- Más que entregado en exceso a los placeres, me apetecería llevar lo que Diógenes denominó vida cínica (“cínico” significaba originariamente perruno, en el sentido de vivir como los perros) vida errante, libre y dependiente de la bondad de los hombres. Pero en habiendo hombres de tantos vicios y tan repartidos, opté por no usar el tonel y adaptarme a las lámparas de neón. Soy un pobre aprendiz de cínico.

Goyo
31-ene-06

Satyagraha

Muchos colegios del mundo llamado civilizado utilizan hoy la memoria de Gandhi para avivar de nuevo en la vida infantil el valor de la Paz. También volarán palomas de Picasso a la vez que grandes y chicos se darán las manos cerrando la muralla.

Muchas ceremonias emotivas. Quizá demasiado pocas viendo cómo se comporta el mundo adulto de los alrededores.

Hoy quiero aportar una breve reseña de lo que Mohandas Karamchand Gandhi creo hace aproximadamente noventa y nueve años: el satyagraha, el arma de la verdad, la creencia firme y contundente del efecto positivo que en los humanos tiene la verdad, y de cómo así se constituye el arma más potente en contra de las injusticias. Por aquel entonces, 1907, Gandhi utiliza por primera vez ese término para referirse al tipo de lucha contra el trato denigrante que los británicos aplicaban a hindúes e indígenas en Sudáfrica. Años más tarde, funda el Ashram Satyagraha, una especie de monaterio en el que convieven varias personas hinduístas con ideas similares. (Algo así como el templo agnóstico de Las Ideas?.)

Lo que escribo por si, por un azar, los dueños del engaño y las amas de la falsedad tuvieran un día de vacación.

Goyo
30-01-06

Recuperar lo popular

Hace escasas fechas se ha cumplido el vigésimo aniversario de la muerte de Enrique Tierno Galván; desde estas páginas entiendo que podemos dedicar algún pensamiento de aquellos que nos sirvieron de alimento ideológico.

El respetado «profesor» fundó y lideró el Partido Socialista Popular hasta que se integró en el Partido Socialista Obrero Español; así, el término «popular» fue poco a poco empujado al olvido y forzado a desaparecer del vocabulario de la izquierda española de finales de siglo. Así lo quisimos y permitimos todas y todos. ( ¡ Vaya por dios ! )

Ya no sé si fue por Dios, por la Patria o por el Rey, el caso es que la astuta derecha, escondida en el principio de adaptación a las nuevas tendencias sociales, tuvo la feliz ocurrencia de restaurarse y darse brillo con tan bello y excluido término. La mayor burla que ha sufrido nuestra izquierda se ubica en el oportunismo de bautizarse la derecha en el nombre de «Partido Popular».

En ocasiones anteriores he expresado esta reflexión en mis inmediatos ámbitos: apenas causan efecto: se impone un adormecimiento silente y anodino.

En esta ocasión repito el intento en este novedoso ámbito de bitácoras, por si alguien se atreve a sumarse a la reconquista de una de las esencias notables del pensamiento de la izquierda: creer firmemente que entre las clases populares y sencillas se encuentran las mejores expresiones de valores y conductas humanas.

Perdón si no se hacerlo mejor, Don Enrique.

Goyo, 23 de enero de 2006

A toda hostia

Dejo para Manolo Seco la búsqueda que localice el momento y el ámbito en los que esta expresión fue robada de las esencias iberoapostólicas y transcurrió del vulgo sencillo de la postguerra al argot modernista.

Yo iba a mi escuela cuando el sol tibio y flácido de las cuatro horas de la tarde daba el primer anuncio serio de que la bufanda sobraba, la calefacción del coche olía a calor y las mujeres del paseo “apuntaban” sin discreción las vísperas de la primavera. (Diréis que exagero; os digo que el frío dos de enero llegaron las cigüeñas a mi pueblo y hoy, diecinueve, se ha impuesto la transparencia de los cielos de Extremadura como si anoche hubiesen visto en la 2 “Los Santos Inocentes” y quisieran resarcirse de la ignominia).

Circulaba por la amplia y cuidada Circunvalación Norte de la ciudad de Cáceres, que es la vía urbana by-pass de la abundancia desmedida de prisas y estrecheces de la ciudad provinciana que incluso en el XIX se diseñó pobremente para el tránsito de mulas y carretas. Y yo iba circulando a la velocidad del respeto, que no es otra que la recuerdan unas hermosas, visibles y limpias señales; perdón, no son recordatorias, son prohibitivas. Obligan a no sobrepasar la velocidad de cincuenta kilómetros a la hora. Curiosamente, la gente suele entender que no son obligatorias, que se puede circular a mucha más velocidad, casi a toda hostia. Y yo iba circulando a lenta confesión y disfrute de la gloria de haber dominado el tiempo que necesitaba.

Un coche negro y reluciente -como si fuese el de la pija muerte- me lanzó atrás en dos instantes y apenas me dejó saber que lo conducía una mujer a la que, también de forma instantánea, le lancé sonido y luz a su debida velocidad, que debió llegar tan pronto y tan hábilmente respondida que la fémina levantó un brazo para levantar sólo el dedo corazón mientras dejaba el resto bien apretados. Fugaz la huida, me sirvió para aprovechar la anécdota y escribir despacio sobre las aceleraciones y las obediencias.

Tenemos ya la suficiente tecnología para que una nueva función sea agregada a los móviles: la foto-radar, la foto que pueda hacerse a un vehículo y que indique e imprima en ella a qué velocidad transita justo al pasar una determinada señal de circulación. Esa foto-radar, pregunto, ¿podría ser utilizada como prueba para iniciar el correspondiente proceso sancionador?

Termino reconociéndome torpe para entender cómo se obedece con exquisito rigor la Ley Antitabaco y se tuercen de manera tan chulesca los principios de seguridad pública cuando tenemos un coche entre las manos. Debiera inscribirse en todos los coches el cartelito imborrable: “Conducir puede matar”, y otros anuncios; incluso aquel que promoviese el “Fuma a toda hostia, pero conduce despacio”.

Goyo

19-enero-06

¿Quién tiene miedo a la Ética?

Ando algo miedoso, acompañado por el temor a que mi equívoco arrastre opiniones nuevas hacia lugares improcedentes. O peor, que opiniones viejas se muden sin una previa ducha. El transmitir pensamientos me es cada día más preocupante, pues a mí me placería emitir y difundir ideas poco discutibles por ciertas, o muy debatibles para fomentar las mejores tentativas de sana controversia; pero me temo que no sé hacerlo siempre bien: incito al debate cuando no ha lugar o al dogmatismo cuando me confieso agnóstico.

Anticipo este preámbulo porque me encuentro ante una extraña mezcla de seguridad y de desánimo: seguridad, porque la prestigiosa revista “Science” se compromete, a partir de ahora, a que sus artículos y avances de investigaciones tengan el respaldo de honestidad suficiente como para que sean evitables casos como el del veterinario surcoreano Hwang Woo-Suk; dos artículos sobre clonación de embriones humanos con fines terapéuticos en el 2004 y el 2005 divulgados en la revista por el veterinario surcoreano, estaban apoyados en resultados alterados de manera subjetivamente interesada, falseada, huidiza de los rigores de la Ciencia. Tras descubrirse la ilegitimidad de los trabajos de Hwang, la revista recibió severas críticas por no comprobar sus artículos de forma suficiente. «Los estudios fraudulentos son un hecho especialmente alarmante, ya que amenazan una empresa construida sobre la confianza. Afortunadamente, este tipo de casos es raro, pero nos perjudica a todos«,ha manifestado Donald Kennedy, director de Science.

Por engañar al mundo y a la comunidad científica internacional, el gobierno surcoreano ha decidido retirar a Hwang el título de Mejor Científico y los cargos y reconocimientos oficiales que le fueron concedidos; además, él y su equipo tendrán que responder por el uso de los fondos que fueron entregados para las investigaciones con células-madre. Bien hecho, ¿no?

Mi desánimo radica en que, en el terreno político, (en el urbanismo y construcción de las sociedades a través del concurso de la Política) no existe ninguna revista de prestigio que dé un tirón amargo de orejas a representantes elegidos por la ciudadanía por torcer de manera falsa argumentos, datos,… incluso creencias y promesas.

Para mi particular satisfacción, todo pronunciamiento y proceso político debería sujetarse a principios éticos, a la Ética; pero esta profunda palabra no tiene ni siquiera Dirección General de la Cosa, ni grandes defensores alejados de la caduca moralina, ni ardientes guerreras superadoras del feminismo, ni contentos furibundos antitabáquicos,…

Sola y abandonada la Ética, las cosas y los casos me empujan al exiguo reino de los pocos solicitantes de un arbitraje honesto de lo que se dice, de lo que se escribe, de lo que se muestra,… para que podamos estar acompañados incluso por los sufribles políticos descompuestos. Escribo esto, para que se retiren títulos y reconocimientos a los abanderados de mentira habilidosa construida –desde una creencia respetable– para veneno ciudadano.

La declaración fraudulenta es un hecho especialmente alarmante por lo frecuente, ya que amenaza la convivencia construida sobre la confianza. Desgraciadamente, este tipo de casos nos perjudica a todos porque abunda” Ha manifestado hoy Gregorio Tovar.

Una de jueces

Pues era un señor, dueño de un señorío atravesado por un río caudaloso. Desde una orilla -digamos la izquierda- comenzaba una puente que la unía a la derecha; y a su final, había un patíbulo junto a una casa que era audencia y habitada de ordinario por cuatro jueces que juzgaban la Ley que puso su dueño, y de así era: «Si alguno pasare por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare verdad, déjenle pasar, y si dejere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí se muestra, sin remisión alguna».

Aconteció un día que, al tomarle los jueces juramente a un hombre, dijo jurando que se dirigía a la horca para en ella morir y no para seguir andante, ni viviente, por el señorío de su señor.

Los cuatro jueces se abruman con los rigores; si dejan pasar libremente al hombre, permiten falsear su jeramento; y por lo tanto debe morir ahorcado. Pero si lo ahorcamos -comentan- com él dice saber el adónde y el qué, haciendo buen fiel a su juramento de ir a morir en la horca, por haber dicho la verdad, la misma ley lo hace libre y debe seguir.

La memoria en estos casos, acude a Salomón: aquí podemos partir al hombre en dos mitates: la una ahorcarla aunque la otra libre. La mitad que haya de ahorcarse por decir verdad de querer morir, siga con vida; y así la teoría satisface a la mente. Pero los ojos de los jueces infectados por la presencia fáctica de un hombre dúplice ante la ley, no obtienen salida práctica.

Persisten en sus debates, agudizan sus ingenios y encuentran antecedentes en la Tabla de Carneades: dos náufragos conseguen asirse a una tabla que sólo es capaza de soportar el peso de uno; ambos tienen el mismo derecho a la vida; pero ¿quién ha de salvarse?, ¿quién ha de morir?, ¿dónde está la justicia?, ¿cómo se aplica?.

Siguen los jueces en sus cálculos, cavilaciones y discernimientos para vencer al deforme litigio. Ora debate discorde, luego cisma de opiniones,… y el hombre permanece tan libre de sentencia como aprisionado de proceso.

Hay muchas soluciones. No sería oportuno recopiar opiniones de juristas que siguen siéndolo con el paso de los siglos. Me parece más llano y llevadero que ustedes mismo conozcan la solución que don Miguel de Cervantes Saavedra -mucho debió tener también de jurista- pone en boca del sencillo Sancho cuando éste cumple sus oficios como gobernador de la ínsula de Barataria. (II parte, capítulo 51).

Y aplíquese allí donde duela, que el Quijote siempre agradece su desempolve.

La tercera imaginaria

Perdonadme que hoy componga pareceres con recuerdos de lo que fue mi servicio a la Patria; pero es que la noche del sábado dormí mal pensando y suponiendo sobre las declaraciones del señor Mena Aguado.

Digo “lo que fue mi servicio a la Patria” porque la estructura que administra militarmente este sentimiento de servicio patrio, me reconoció hace 18 años como persona que ya ha finalizado su dependencia y disponibilidad para con el ejército. No sé como lo presté, el caso es que no tengo ninguna medalla aunque guarde un abrupto y negro cúmulo de atropellos a lo que yo entiendo que es cordura, respeto humano y ciudadanía democrática.

Alguna vez, en aquella incomprensible mili, fui castigado por la superioridad con lo más temido entre el cuerpo de reclutas, que no era una semana sin salir del cuartel; sino la tercera imaginaria. Explico la cosa; para que la noche del soldado tuviese la tranquilidad de atención a su sueño y a sus pertenencias, se dividían las ocho horas del sueño en cuatro periodos de dos horas cada uno, cada periodo de vigilancia recibía el nombre de “imaginaria”. Realizar el primer o el último periodo de la noche no era excesivamente molesto; pero hacer la tercera imaginaria te provocaba al día siguiente una incomodísima ruptura del descanso, tener que soportar dos horas de vigilia en los momentos más necesarios y apacibles del sueño me sigue pareciendo una propuesta diabólica de servicio patrio. En fin, quizá sean estas más las impresiones de un lacayo comodón que las de un glorioso soldado.

Ahora voy a explicar por qué no dormí, por qué tardé tiempo en conciliar el sueño, por qué el asunto me condujo inexorable al sufrimiento de la tercera imaginaria. Llegué tarde a la cama después de unas agradables copas que siguieron a una fraternal cena, en que se habló del pronunciamiento decimonónico del que era hasta ayer Jefe de la Fuerza Terrestre. La actitud y ensamblaje declaratorio del Secretario de Comunicación del PP compuso para mi concepción ciudadana, el broche y medalla política a la cuartelada sargentera. Ya está suficientemente explicado y criticado en cientos de páginas cómo el Partido Popular se ha manchado la mente y las razones.

Por eso no era capaz de conciliar el sueño, volvían los retazos de narraciones del 36, del 37, del 38, del 39, del hambruno 40, del 41,…se me entremezclaban estudios, pruebas, evidencias, paseos, Ley de Fugas, pelonas, aceite de ricino,… eso que para algunos se ha dado en llamar Memoria Histórica: políticos, maestros, sindicalistas,… y bendiciones bajo palio.

La prensa afirma que el señor ministro ha sancionado duramente al teniente general imponiéndole una semana de arresto domiciliario y que los partidos apoyan la medida disciplinaria. A mi poco entender castrense, el alto jefe tendrá bien cerca el tiempo de reflexión de lo invocado; debe también sospechar los millones de imaginarias que sus palabras hayan causado.

Esto es una casa, Fernando

Fernando, cuando a mí me dijo César que me invitaba a escribir es estas páginas etéreas, nunca fui precaví lo suficiente como para soportar sin inquietud la cercanía de personas de tu oficio y esmerada condición; si ya el equipo en el que entré era galáctico, ahora me siento con más vértigo de indígena bellotero.

Yo vine invitado a una oferta sencillota de creyentes de la Ética del buen pensar y, mucho a mucho, me encuentro rodeado de los nuevos gigantes del oficio sacro de la escritura tal cual sale del ánimo: desde el Lobo con su fragata volante hasta el Martínez Soler con su sufrido contraste cotidiano de este mundo y de este país.

Esta es cada día mi mejor casa. Me han regalado una habitación de lujo, una solución habitacional a mi modo de pensar, una nueva oferta a mi tarea comprometida de escribir al dictado de mis sentimientos. Hasta de vez en cuando se me escanfurnia el complejo electrocebernético.

Me siento satisfecho de estar entre este grupo de ideólogos e ideólogas. Acepta nuestra cariñosa acogida, egoístamente así me asiento mejor.

(Estoy escuchando ahora, por entero, “Above” de Mad Season). Vaya por tod@s.