Dejo para Manolo Seco la búsqueda que localice el momento y el ámbito en los que esta expresión fue robada de las esencias iberoapostólicas y transcurrió del vulgo sencillo de la postguerra al argot modernista.
Yo iba a mi escuela cuando el sol tibio y flácido de las cuatro horas de la tarde daba el primer anuncio serio de que la bufanda sobraba, la calefacción del coche olía a calor y las mujeres del paseo “apuntaban” sin discreción las vísperas de la primavera. (Diréis que exagero; os digo que el frío dos de enero llegaron las cigüeñas a mi pueblo y hoy, diecinueve, se ha impuesto la transparencia de los cielos de Extremadura como si anoche hubiesen visto en la 2 “Los Santos Inocentes” y quisieran resarcirse de la ignominia).
Circulaba por la amplia y cuidada Circunvalación Norte de la ciudad de Cáceres, que es la vía urbana by-pass de la abundancia desmedida de prisas y estrecheces de la ciudad provinciana que incluso en el XIX se diseñó pobremente para el tránsito de mulas y carretas. Y yo iba circulando a la velocidad del respeto, que no es otra que la recuerdan unas hermosas, visibles y limpias señales; perdón, no son recordatorias, son prohibitivas. Obligan a no sobrepasar la velocidad de cincuenta kilómetros a la hora. Curiosamente, la gente suele entender que no son obligatorias, que se puede circular a mucha más velocidad, casi a toda hostia. Y yo iba circulando a lenta confesión y disfrute de la gloria de haber dominado el tiempo que necesitaba.
Un coche negro y reluciente -como si fuese el de la pija muerte- me lanzó atrás en dos instantes y apenas me dejó saber que lo conducía una mujer a la que, también de forma instantánea, le lancé sonido y luz a su debida velocidad, que debió llegar tan pronto y tan hábilmente respondida que la fémina levantó un brazo para levantar sólo el dedo corazón mientras dejaba el resto bien apretados. Fugaz la huida, me sirvió para aprovechar la anécdota y escribir despacio sobre las aceleraciones y las obediencias.
Tenemos ya la suficiente tecnología para que una nueva función sea agregada a los móviles: la foto-radar, la foto que pueda hacerse a un vehículo y que indique e imprima en ella a qué velocidad transita justo al pasar una determinada señal de circulación. Esa foto-radar, pregunto, ¿podría ser utilizada como prueba para iniciar el correspondiente proceso sancionador?
Termino reconociéndome torpe para entender cómo se obedece con exquisito rigor la Ley Antitabaco y se tuercen de manera tan chulesca los principios de seguridad pública cuando tenemos un coche entre las manos. Debiera inscribirse en todos los coches el cartelito imborrable: “Conducir puede matar”, y otros anuncios; incluso aquel que promoviese el “Fuma a toda hostia, pero conduce despacio”.
Goyo
19-enero-06