Que no, que hoy no toca la cosa electoral europea que hay otras penurias participativas. Fíjense que dicen los expertos que más del 60% de las cosas que nos pasan, suceden por las decisiones que en Bruselas se resuelven, para que sepan que las cosas de nuestras cercanías son verdaderamente minorías, jacarillas de entremés. No obstante, presiento que el clima real y la forma con que amenaza mostrarse me preocupa más que el mismo secuestro de la Europa Social.
Hay que saber elegir en estos tiempos resecos del cambiazo que nos ha impuesto la desidia. Las autoridades regionales han hecho bien en recordarnos que el campo está escurrido, reseco por los calores presentes y dispuesto a seguir acogiendo árboles se presentan ahora verdes; el campo siempre tiene buenas intenciones.
Ya ven, el peligro aparece cuando las alegrías se juntan: surgen “brotes verdes” en la Economía -como si la economía alguna vez hubiese tenido tal color-, el pueblecito de Pescueza es capaz de sembrar 8000 árboles y la Feria de San Fernando, en Cáceres, parece diseñada para encender las luces de Europa y sus elecciones.
Y luego caigo y me comienzan a asaltar las dudas,… quizá que los brotes sean los sarpullidos que alivian la travesía de este fondo que tanto tiempo tarde en tocarse o que tanto tiempo seguimos tocando.
El otro miedo y peligro me asalta porque no sé si los ocho mil arbolitos del bosque de la Oreja de Van Gogh van a tener agüita de beber este verano. Lo importante de sembrar un árbol comienza a la semana siguiente y desde entonces debemos adquirir la obligación de seguir su arraigo; al menos durante dos años, que así nos aseguremos que con nuestra ayuda ha podido soportar dos largos veranos.
Y se junta la tercera: ya he participado –orquestado con mi cuadrilla de aprendices- dos veces en tantas reforestaciones del cacereño “Cerro de los Pinos”; otras tantas, he debido persuadir y animar a mis colegas chiquitos que hay que sembrar un árbol después que supieron que aquel otro que otros sembraron el año pasado se perdió en un incendio.
Sembrar un árbol es cosa bella aunque haya bellacos que nos queden con la rabia entre los dientes. Volver la visita al páramo no es agradable. En un incendio con intenciones, en cualquiera de las tardes del vacacional agosto, lo verde pasa al amarillo, al rojo, al negro,… al gris; sin pararse a preguntar.
Dudo que los incendios sirvan para preparar el terreno para otra reforestación, que volverá a ser animada de niñas, concejales, periodistas y maestros,… otra vez todos sonrientes y con barro en la manos. Hay que seguir reforestando como si con ello obtuviésemos una entrada gratis a esa Feria a la que solo asisten las personas que nunca han roto un árbol.
Goyo
25-may-09