Son las cinco y diecisiete y llamo a César, que está en Roma junto a la estatua del soldado desconocido. Nosotros, los extremeños, estamos tomando cafelito en el madrileño Paseo de Recoletos y pregunto que cuántas entradas, que cuántas calles desembocan en la Plaza de Colón y no me saben decir los extremeños si son cinco o nueve y me preocupa el dato porque el paseo se llena en demasía con gente toda que va como al mismo sitio aunque cuesta arriba, y le digo a César que me parece imponente y se me ponen los huesos de gallina porque la carne y la piel ya lo están.
Un poco más arriba, Rosa y los blogueros hispanos me esperan en el bar «El Espejo» pero yo no soy capaz de desprenderme de los extremeños y la llamo para decírselo. Sigo sentado de espalda al abundante gentío y presiento -con ese noveno sentido que dispongo- que algo de tsunami social se anuncia por la espalda; tuerzo la cabeza y contemplo el rotundo y sabio andar de José Saramago que se dirige a la Plaza de Colón. Vuelvo a llamar a Rosa para anunciarle que sube Saramago, que lo mismo es capaz de sacarle algo de sabiduría en pocos segundos.
Me siento; y al poco, Juan Andrés me avisa que llega otro de los grandes, vuelvo a mirar al gentío y encuentro al sonriente JAMS acompañado de dos sencillas rubias:su artista mujer y otra buena amiga. Me abrazo, saludo, intercambiamos palabras cordiales con ilusiones mudas a través de sonrisas, mientras no acierto a responder otra llamada de los blogueros.
Subimos con la intención de llegar a la plaza y allí están los sindicatos y los trabajadores, como si esto fuese el setenta y pico: los sindicatos y los trabajadores movilizando sentimientos por Carlos y Diego. Los trabajadores están agarrados a una larga cuerda que define el sentido impidiendo la confusión de la masa. Los ecuatorianos están plantados en un convencimiento postcolombino, en una seguridad de estar pisando suelo de madre querida. Carlos y Diego. Un paisano obrero, con pinta de senador de pueblo, enarbola una pequeña pancarta -seguro que hecha por él mismo- que reza: «¿Dónde están los obispos?«.
Son las seis de la tarde y el aplauso inicia el rito. La cabeza es sindical, el cuello lleno de artistas obreros, el tronco de trabajadores ecuatorianos y todo lo demás es un enorme halo que quiere ser lo que sea con tal de serlo solidario y pacífico. Las voceras y voceros comienza a ajustar los ritmos a los lemas: «¿Dónde está?, no está aquí, el Alcalde de Madrí«, «Zapatero, no estás solo«, «Toda la gente, con el Presidente«, «Telemadrí, manipulación«, «¿Dónde están? no se se ven los niñatos del PP» y otros más atrevidos, procaces, sátiros y cachondos. Y me encuentro en el río humano transportado lentamente hacia la diosa Cibeles y allí nos paran porque ya todo está repleto de contagio ecuatoriano…. algo ocurre en la espera, que se conduce en cuesta abajo, desde la Puerta de Alcalá a la Cibeles, como una bola rodante que imprime silencio: son las palabras del manifiesto que no acierto a distinguirlas. Los aplausos vuelven a rodar cuesta abajo y decidimos invadir plácidamente, peatonalmente, esa anchísima calle que se llama de Alcalá.
Lo más rarillo es que me he venido sin descifrar el alcance de uno de los lemas que repetidamente se orquestó: «Al oso bispoj, no losemoj visto» que no sé qué carajo significa.
Goyo
14-ene-07