Gigantes contra molinos


Escondidos en los frescos valles, entre frondas ribereñas y peñas grises, los molinos de aguas de torrenteras apenas molestaban la visión del paraje. Las noras, la lentas noras no hacían otra cosa que acompañar al asombro natural y eso se llama en tecnicismos del XXI ausencia de impacto visual.

Nadie podía entonces sentirse ni amagado ni herido en dar disfrute a los ojos. El equilibro de ruido rutinario del agua, el olor a frescura y el saco repleto de esperanza blanca de pan, hacían de los molinos y de sus molineros enseres de sueños y casinos de humildes progresos. (Me visita ahora el recuerdo de que fue hace miles de años el oficio femenino de molturar el grano a vuelta primitiva de piedra o a golpe seco de palo seco. Dejad que se recuerde.)

Sigo diciendo que al reducido compendio de mis saberes no ha llegado noticia de que alguien se levantase en iras ecológicas cuando en los aislados oteros manchegos se izaron los primeros molinos de viento. Los astutos de la época no solo cambiaron el fluido líquido por el aéreo; se cambió valle por cerro y verdes por ocres. No tengo reseña de algún tipo de crítica o protesta regia o plebeya por la instalación de los molinos de viento. Eso sí, sabemos que alguien que quiso atacarlos le adjudicaron “ad aeternum” la etiqueta de loco. Gigantes parecían. Hoy son cultos turísticos.

Hoy tienen tres largas palas en lugar de cuatro, (para los pitagóricos, el número tres es más perfecto que el cuatro) con un diseño aerodinámico que logran en sus puntas velocidades cercanas a los 300 Km/h con vientos de 60 Km/h: un prodigio de diseño multiplicador que se utiliza para la producción de energía eléctrica.

Los aerogeneradores tienen detractores por varias razones; la más conocida de ellas es la inclusión de su figura gigantesca en paisajes habituados a la tendencia horizontal o a las suaves siluetas del horizonte. Sobre este gusto se sigue escribiendo mucho, desde luego, aún no se envían felicitaciones con postales de los modernos molinillos. Otro de los ataque lo reciben a causa de los cambios freáticos que la estructura de cimentación requiere; bueno, esto es para desarrollarlo otro día.

Sin duda, el factor contrario más potente de los aerogeneradores se establece cuando se comprueba que un gran número de aves mueren destrozadas por la velocidad de las puntas de las palas al pasar por su campo giratorio; la aves desconocen algunas leyes de la Física y eso de la velocidad radial les suena poco.

Y es aquí donde entro yo y me pregunto ¿por qué las aves chocan o se dejan golpear por las palas giratorias?, ¿…acaso no las verán?. Quizá sea eso, que las aves no perciben el campo afectado por el movimiento de las palas.

Una vez, se me ocurrió preguntar ante un grupo de buenos conocedores si alguno o alguna sabía o había oído algo acerca de cómo ven las aves…, de cómo ven los colores…, de si ven los colores de forma distinta e igual a los humanos,… y nadie me supo responder. Ni me respondió. Ni mostró intenciones de indagación o sorpresa, más bien yo me notaba observado como pájaro raro.

Ayer fui a Madrid a asuntos de corte parecida. Otro grupo de conocedores, (incluido en señor Alcalde de Tarifa que ha recibido informes variadísimos de las más variadísimas asociaciones ecologistas) recibió la misma interpelación; todo sigue igual.

Y en espera de lo que pueda responderme el señor Alcalde de Tarifa, ¿hay por ahí algún oftalmólogo o veterinario que nos pueda dar luz?. ¿Por qué todos los aerogeneradores son blancos?. ¿Qué tal si ensayamos con otros colores?.

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