El tren y las escuelas

 europa-rica.jpg

Guillermo Fernández Vara vuelve a tomar otro éxito para merecer algún día de este mes, descanso liviano de media hora de terraza y cerveza: su propuesta de que las estaciones del futuro AVE extremeño estén fuera de las ciudades ha agradado a tirios y troyanos. Todo el mundo contento; aunque haya ahora que dilucidar qué significa «fuera». Badajoz, Cáceres, Mérida, Navalmoral de la Mata y Plasencia se congratulan por tanta identificación. Eso es estupendo; eso sí que es Extremadura en positivo.

Yo, que padezco el castigo permanente de la duda, comparto tanto la armonía de alcaldesas y alcaldes tan distintos y distantes, como los consejos experimentados de otros alcaldes y otras tierras. Viví durante seis intensos años en Bélgica, en una situación realmente privilegiada por las oportunidades que la Europa Rica nos concedió a los españoles cuando ingresamos en el extinto Mercado Común. (Yo sigo creyendo que aquello fue más el fruto de la exquisita negociación de Felipe González, de Manuel Marín y del genial Morán).

Y en aquella vivencia de la Europa Rica -que lo sigue siendo- yo habitaba en Lieja, a una hora de coche de cualquier ciudad gorda y a un cuarto de Maastrich o de Aquisgrán y me apetecía mejor coger el tren para ir a impartir mis clases, que coger mi coche propio y navegar por la red de autopistas: era igual de rápido el tren y se incrustaba en el centro de las ciudades con mayor precisión que mi coche.

Sobre aquellas experiencias, indagaba yo en cómo soportaba la ciudadanía tal decisión que parecía universal, compartida y respetada. La misma que se tenía cuando los poderes públicos decidían que había que hacer un colegio: ahí, en el centro habitacional; es decir, donde le quede más cómodo a la población que utilizará la escuela o el instituto. De esta manera, los ciudadanos holandeses, belgas o alemanes saben con certeza que cuando su administración decide que ha de hacerse una escuela, un hospital o una ampliación de una estación de trenes, los procesos de expropiación son -al menos en aquellos tiempos lo eran- ágiles y no cabreantes para las familias, empresas o particulares afectados. Todo se sabía como una especie de herencia estatal, de sello indeleble de ciudadanía: el tren, el hospital y la escuela, el Transportepúblico, la Sanidad y la Educación son innegociables por ser prioritarios. (Mejor, ya eran prioritarios porque se habían asentado en la negociación de 1959)

Yo percibía, desde mi visión pueblerina y sureña, que en mis entornos la cosa no era así y observo que aún perdura en muchos casos. La incógnita entonces está en si los «Bárbaros del norte» -como escribió Marín «el Negociador»- siguen envidiando algunas de nuestras notas sociales o si hemos de tomar nosotros nota de sus concepciones de la cosa pública.

En París, en Bruselas, en Amsterdam, en Londres, en Dormunt, en Berlín, en Hannover, en Colonia,… se accede por tren rápido al mismo corazón de la ciudad. Parece que eso no podrá hacerse en Badajoz o en Cáceres.

¿Comprenden mi duda?

Goyo

20-jul-07

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.