Con las manos en los bolsillos

 

Siso dejó la escuela muy pronto, como era la regla de los pueblos en la época de los ancestros de Vox; sin embargo, las experiencias lo han convertido en docto. De todos los licenciados y doctores que conozco, nadie me ha sabido explicar el sustento ético y legal que explique aún que el melocotón selecto, en su grado justo de madurez, en su culmen de color y sabor se compre al agricultor a 17 céntimos el kilo y no lo encontremos en ninguna tienda de al lado porque ya ha sido reservado para la exportación. Lo nuestro es más barato porque no merecemos la calidad suprema.

 

La calidad superior se vende en nuestros comercios -por definición- a un precio diez veces superior. El resto de calidades dibuja un espectro que atosiga a los expertos economistas que ni anticipan, ni comprenden, ni saben regular los precios. Entenderéis entonces mi declarada apostasía de eso que dicen que se llama ciencia económica.

 

El amigo Siso dejó de ser pastor después de cuatro años cuidando las ovejas del amo de su padre. Las cuidaba y las guardaba con la obediencia purísima que el padre merecía, pero no por su entera convicción de que aquello fuese oficio digno según el salario que recibía, que debió ser tan escaso que ya no lo recuerda. Como a ello también se sumaba la posibilidad de caer en otra servidumbre similar a la paterna, afrontó la huída del campo y obtuvo asiento profesional en el almacén de piensos para el ganado, pesando kilos, repartiendo sacos, cobrando encargos,…

 

Descubrió no obstante que existían dos personas en aquel pueblo que ni llenaban sacos, ni empujaban carretillas, ni pesaban con esmero; sólo se ocupaban de trasladar demandas de compraventa bajo rudas y simples anotaciones en una libretita; es decir, ligar la demanda de piensos a la oferta del almacén y eso -decía Siso- les permitía vivir la mayor parte del tiempo en el bar, “con las manos en los bolsillos” y la cabeza ordenada sin necesidad de ordenador.

 

El ministro actual del sector primario propugna una ley por la que no podrá haber nadie que venda por debajo de los que cuesta producir, y que con controles se obligue al menos a pagar al agricultor lo que le ha costado producir sus productos. Y si no es así, podrá perseguirse. Mi duda está en saber si tal ley asegurará también que nadie comprará por debajo de lo que cuesta producir.

16-feb-20

Cordura

 

Cuando tenemos la suerte de creernos que nos gobierna una mente sana, que no sufre ni padece trastorno y que nos hace sentirnos repletos en la capacidad de pensar, obrar y reflexionar, tenemos casi todas las armas para sentirnos felices. Ejecutando todas estas potencialidades podemos llegar a edificar una sólida estructura crítica, con todas sus ventajas e inconvenientes. Pero como algunos sabios nos avisaron de que quien añade cordura añade infelicidad; así me encuentro en la enorme duda de si sería mejor dejarse llevar por la locura, la estupidez o la payasada. Cualquiera de las tres puede producir risa que también nos puede llevar a la felicidad.

Las experiencias sirven para certificar las dudas. Esta experiencia que ahora narro la cuajé en unas cortas vacaciones de verano en las costas gallegas del norte de Pontevedra y sur de La Coruña. Recorrimos a pie buena parte del litoral porque disfrutábamos de la bravura de las olas entre las rocas. Ya ven, para los sujetos del interior, el incesante mar con sus mareas y empujones constantes constituía el espectáculo de diversión cotidiana. No éramos capaces de decir que siempre veíamos lo mismo; el mar cuando se orilla vuelve a crear otra oportunidad de diálogo con la tierra.

El inquebrantable movimiento de las aguas convierte su aparente debilidad en erosión de las rocas más duras

No obstante, percibíamos detalles en los que siempre aparecía lo mismo: muchas edificaciones y actuaciones humanas del litoral (carreteras, paseos, almacenes, fábricas, casas,…) se habían ejecutado como desafiando groseramente ese diálogo de vaivén entre las aguas y las tierras. De ordinario, las tierras son quietas y las aguas tornadizas y además, el inquebrantable movimiento de las aguas convierte su aparente debilidad en erosión de las rocas más duras. Gana siempre el mar.

Yo era entonces algo conocedor de nuestra Ley de Aguas, de esas cosas de derecho al paso de policía, del ejido de los pozos públicos, de la máxima avenida conocida en los arroyos y de otros pintorescos detalles que parecen de otros siglos. Tú le nombras a un señor constructor alguna de estas expresiones y le viene la risa feliz.

Llevamos casi una semana conociendo muestras inequívocas de que se ha intentado burlar la cordura y el dominio del mar sobre el litoral; la borrasca bautizada como Gloria, nos sirve gratis y abundantes imágenes de cómo el mar recupera sus propiedades.

04-feb-20