Asaltos y palabras


Resulta que -ahora y siempre- la gastritis la ocasiona la bacteria helicobacter pylori, no otras causas emparentadas con la leche agria; el jurado del Instituto Karolinska de Estocolmo, encargado de conceder el Premio Nobel de Medicina, resalta la tenacidad de Barry J. Marshall y Robin Warren a la hora de cuestionar los dogmas establecidos en torno a la gastritis y a la úlcera péptica. Los dos científicos demostraron que la bichita es la causa de ambos trastornos y no la particular forma de vida de la cultura llamada occidental. Y no solo eso, dicen los pertinaces doctores que la mitad de la población mundial tiene infectado el gastrias.

Cientos de desesperados subsaharianos, dotados con estómagos intransigentes para hospedar a la susodicha, volvieron a saltar, y muchos lograron su objetivo pese a que los militares regulares trataban de impedir el paso a tan irregulares civiles. La acción se produjo en madrugada, ligeros de estómago, cuando cientos de inmigrantes -la mayor oleada que se recuerde- superaron la valla coronada de púas y fuertemente custodiada por centenares de militares españoles y marroquíes. Se quieren exiliar del inmenso y pobruno Sáhara.

Joaquín Sabina llora lágrimas como melones cada vez que las palabras hablan de México y del exilio español. Un nuevo generado asalta al alcalde de Villanueva de los Barros, la bella ciudad de la Música. Maragall nos asalta con su cínica solidaridad catalana … y el sol se ha visto estos días simple como un anillo, según hubiese dicho con doradas palabras Pablo Neruda.

Las palabras de Ratzinger han recordado las meditaciones que escribió para el Vía Crucis de esta pasada Semana Santa, donde denunció que el hombre actual no cree en nada; dicen sus cercanos que piensa que es preciso retomar el latín y el canto gregoriano, logros de cultura de los que aún sigo enamorado y que me hielan cuando pienso que las mismas voces daban órdenes de prender la hoguera por cuestionar dogmas establecidos en torno a las palabras.

Estos asaltos no son nuevos, dicen las autoridades, miles de asaltos sin palabras en búsqueda de la helicobacter.

Todos estos asaltos no son nuevos, digo; el último lo ha protagonizado mi esposa: me inquiere que le razone por qué las alambradas de espino están prohibidas para los animales y no para las personas. Y aún no encuentro palabras.