La Naturaleza del jefe Kwakiult

Beluga

Las exequias de ayer martes, fueron los últimos rituales de la despedida de Chuákele, el jefe de los indios kwakiult, fallecido por las enfermedades que alimentaba su larga edad. Pesadamente, que eso añade tristeza, la vida de la tribu retoma la rutina de las ocupaciones: la pesca, la caza y la selección de los troncos centenarios de los cipreses que haya que cortar… bueno, no son cipreses aquellos árboles, pero no me dio tiempo a aprender su nombre indígena y propio.

Era en la tarde de uno de los días lentos del verano que despidió la vida de Chuákele, y los cinco pescadores que regresaban con la pesada canoa, vieron las primeras apariciones de lo que les pareció un bebé orca en la bahía. Corrida la sospecha de tan extraña visita, la gente del poblado se mostraba vigilante y desde entonces, no había pasado una semana, y todo el que lo había querido había visto las alegres zambullidas de la pequeña orca y la familiaridad con la que recorría fondos y huecos que se dejan entre los barcos grandes y pequeños, canoas y paquebotes, cargueros y kayaks y algún que otro yate anticuado. La pequeña orca se declaraba vecina y conocida del pueblo.

La alegría de la visita no era solo por el entretenimiento que facilitaba a los niños con sus piruetas, y sonrisas de hocico que se revolcaba en las arenas frías de la playa que está al lado del puerto.

A lo largo del tiempo, la opinión con la que se contamina el poblado, es que la orca, además de asegurar diversión, aportaba la buena noticia de que su presencia en la bahía causaba reparo en las dolencias de las personas que iban a visitarla. Así se cultiva y extiende la fama de su poder de sanación y de los alborotos que muchas tardes de verano fomenta.

El vecindario no indígena, no pasa a creer ninguno de los beneficiosos efectos que para la salud imprime la orca y pide a la autoridad que la desaloje del puerto porque su bullicioso tránsito provoca molestias innumerables. Y el señor alcalde, promete y organiza lo suficiente para tratar de liberar a parte del vecindario de la incomodidad.

Dos días antes de que se produjera el dispositivo para pescar y apartar a la orca, los kwakiults convocan a los periodistas en una rueda de prensa donde declaran seriamente que la orca es en realidad el espíritu del jefe; lo que significa que debe restar el tiempo de cuatro años en la bahía, que es el plazo marcado por la cultura para guardar el luto a Chuákele, por lo que ruegan que los periódicos y la radio del lugar hagan llegar a las autoridades la exigencia de que no intenten pescar a la orca para expulsarla de su bahía.

Desoyendo la petición de los indios kwakuilt, se organiza el dispositivo que hace conducir a la orca a una especie de madraza desde donde ya se la podría reducir para llevarla a alta mar, al largo océano. Y también se organiza por la tribu una airada protesta en el puerto con las embarcaciones repletas de enojados indios que reman al ritmo de los tambores, enarbolando lanzas decoradas con plumas blancas de águila, y que tratan de impedir las maniobras de las embarcaciones que cercan con redes a la orca.

La orca se deja rodear por la gran red; pero cuando todos pensaban que podría reducirse para ser trasladada, da un respingo marino, supera la red y se libra huyendo del entramado. Los Kwakiult celebran el escape levantando los remos y tocando con más fuerza los tambores, alegrados en la creencia de que no solo el espíritu del jefe permanecía libre; sino que aquellos que habían participado en su ayuda, sanarían de las pequeñas molestias del largo invierno.

Al llegar el día del cuarto año de guardar luto, una ceremonia con kayaks engalanados y otras lanzas enarboladas, invitan a la orca a abandonar la bahía, y ella, obedeciendo, se deja conducir justo hasta la salida del fiordo al mar abierto, como haciendo caso al mandato del espíritu del jefe hacia su verdadero entierro en el gran Pacífico.

Se dan la vuelta y regresan a puerto observándose que han cumplido con su deber de despedida reglada a su cultura y al respeto del jefe desaparecido.

Dos días más tarde, el práctico indica a la lancha de la policía portuaria que salga al encuentro de un gigantesco barco que debe llevarse los cientos y cientos de troncos almacenados y dispuestos para transportarlos a las serrerías de Seatle. Y como si ya el juego de las hélices, fuese el nuevo divertimento, el afilado acero hiere mortalmente a la orca apareciendo entonces la mancha negruzca que nace de la mezcla de la sangre roja con el agua azulada.

No saben qué hacer los guardamarinas, así que la recogen ya cadáver y la arrastran hasta el puerto convocando a los indígenas para darles a conocer la desgracia.

El nuevo jefe es tajante y rotundo en la respuesta consentida: el rito luctuoso de los cuatro años se cumplió antes de ayer, la orca ya dejó de ser el espíritu del jefe, lo que le ha sucedido ya no nos incumbe, ni nos afecta, ni nos apena,… era ya un ser libre expuesto a las reglas de la Naturaleza. Deben ser ahora las otras orcas, la tribu de las orcas, las que deben velar el espíritu de lo que fue nuestro anterior mensaje y remedio. Nosotros no podemos sino declararnos felices y repletos de haber cumplido respeto al jefe.

Así los nativos, y los asentados, volvieron a reconducirse en la paz y en el trabajo de aquellas aguas recogidas por aquellas tierras de la bella Alaska.

Goyo
11-may-11
Versión que hago de la historia que nos contó Javier Ferrer.