Drones

 

dron

 

Hace escasos días, trinaba yo afirmando que si tu invento no tiene aplicación militar no es invento serio. Lo de trinaba lo digo porque prefiero el vocablo trinar al spainglish “twitear”; gorjear me parece que se acerca a la pijería lingüística. En fin, que si su descubrimiento, o el mío, no tienen el beneplácito de un general bien estrellado, como mucho tendrá salida como otra “app” que aparece en el mercado para agostarse nada más termine la semana.

 

Recordarán que desde que el desafortunado Nicola Tesla avanzó la oferta de dirigir máquinas y artilugios sin necesidad de contacto directo, los mandatos a distancia han evolucionado tan ostensiblemente que ya no es necesario levantarse para cambiar de emisora de radio, de canal de televisión o de opción política.

 

Nuestros vecinos portugueses acaban de hacer públicos los primeros ensayos que han demostrado la posibilidad de dirigir con la mente el vuelo de un dron. Es verdad que se requiere entrenamiento mental; pero las ondas cerebrales se recogen en una especie de gorro repleto de cables que transforman los deseos en órdenes efectivas para controlar los diferentes parámetros de vuelo a través de un ordenador. Los generales han bendecido la idea urbi et orbe. Y a ellos quieren sumarse los snobs, los camellos, los gamberros, los curiosos y la diferente fauna deseosa de controlar espacio y tiempo.

 

Las oportunidades se alimentan y crecen en todos los ámbitos iluminados por las nuevas iniciativas y hasta los periodistas quieren ya tener un dron para enviar fotos y artículos, que eso del e-mail ya no es cool. El futuro del dron invade incluso lo verde: un ingeniero retirado que trabajó en la Nasa defiende que pueden sembrarse mil millones de árboles y luchar así contra de deforestación de manera más efectiva y económica. La empresa norteamericana BioCarbono Ingeniería ya tiene dispuesto el proyecto y yo estoy por facilitarle material para la próxima campaña “Siembra una bellota”.

 

Anímense, promuevan, emprendan, empoderen y asignen funciones nuevas a este nuevo bendito invento. Bien; todo sea con el debido cuidado pues en los casos de revoluciones y cambios, los oportunistas aprenden a navegar deprisa y se me presenta la duda de si alguno se dedicará a distribuir mejores mentiras o a repartir bloques de hormigón.

Goyo

12-may-15

Mentir

 

Suelo escribir cada quince días sobre una duda de las muchas que se me presentan.

Es cada vez más fácil encontrarme con el espíritu de la incertidumbre o con la carne de la complejidad. Cada vez se reinsiste en cada vez, así que gracias a mi entrenamiento supero la angustia del no saber aunque sufra el martirio de la ignorancia.

Pero en la ocasión de hoy me encuentro frente a una certeza que me gustaría calificarla de primaveral aunque estemos a borde del otoño: me encuentro mentiras por todas partes.

No son las mentiras amorosas que embadurnan el buen ánimo, ni las invenciones infantiles que desean ajustar lo real a lo imaginado, ni los embustes piadosos que difuminan las verdades crueles,… no.

Son ahora decisiones estudiadas a ser mentiras. Provienen de las instancias y de las gentes que esperamos tengan las más respetuosas personas, provienen de los elegidos, de los premiados, de los privilegiados,…


Como ejemplo mucho más atroz que los mensajes que pueden edificarse a partir de las imágenes que anticipan a estas palabras, quiero mostrar la esencia que ya ilumina cualquier debate ideológico: en Noruega, una de las naciones dotadas de una sociedad brillante, ha triunfado la semana pasada el partido político que proclamaba sin tapujos el principio: «Menos impuestos, más bienestar«. Dicho y abanderado allí donde, desde hace medio siglo, se fijó la esencia del bienestar a base del rigor impositivo. Que tal mensaje cultive a ciertas masas del alegre mediterráneo,  no repugna con las experiencias históricas; pero que triunfe allá en el frío Mar del Norte, me hace pensar como si fuera verdad-verdad que el proceso del cambio climático es parejo al del cambio ideológico y éste se acerca peligrosamente a los polos.
Salen al exterior los embustes con arrojo y descaro porque huelen la impunidad, incluso emergen los aplausos que los protegen.
Son como ratas. Los humanos son como ratas: los unos devorando lo ajeno y los otros huyendo del barco que se hunde.
O mejor: quizá las ratas aprendieron de los humanos.
Goyo
11-sep-2013
Aniversario de muchas cosas