El herrador

 

 

 

Cascoca

 

Herrar es proteger con hierro. Ajustar una herradura al casco de un caballo requiere primero observar detenidamente su forma, detectar zonas de desgaste de la muralla -o de crecimiento excesivo- acomodar la curva de la herradura al casco y clavar con esmerado tino los seis clavos. Marcelino decía que es un oficio que nunca se acaba de aprender, que aunque por edad te fallen las fuerzas para usar el pujavante y la tenaza, te encuentras desafíos que fomentan el éxito de otra experiencia que de nuevo se almacena. Las personas amantes del mundo del caballo reconocen la trascendencia de un herraje correcto; incluso ahora que las bestias no están sometidas al trajín diario ni a los rigores del trabajo campesino. Ahora un caballo es más una mascota a la que se cuida con elaborada técnica.

 

Un cirujano gana en prestigio conforme avanza su edad y se actualiza con las nuevas técnicas quirúrgicas. Un músico amplifica su fama con el paso de los años si no para de ejecutar lo clásico y de atreverse con las nuevas tendencias. Supongo que cosa parecida le ocurre a un inspector de policía, casi lo mismo debe pasarle a un buen albañil, a una excelente peluquera o a una extraordinaria comadrona. Y a un juez, y a un cocinero, y a una economista, y a una taxista.

 

Parece entonces que esta sociedad no desprecia el principio de valor que permite acumular buena profesionalidad con el mero ejercicio de las faenas rutinarias; cuanto más si a ello se le añade iniciativas novedosas, respuestas nuevas y cúmulo de experiencias exitosas. Todo esto ocurre incluso a medida que pasan los años.

 

No obstante en la ocupación destinada a organizar la vida compleja de la sociedad, en las tareas que conducen al gobierno de las gentes, impera la idea de que una persona no puede/no debe seguir más de ocho años; que tras ese periodo debe abandonar la actividad política muy a pesar que haya podido acumular experiencia de gestión; que debe dedicarse a otro oficio, a su oficio,…porque se corre el riesgo de entender que la Política no requiere de oficiales. Con meros aprendices nos valemos, ah!… y que sean jóvenes.

 

Los romanos, que en sus buenos tiempos funcionaron bien, preferían a los viejos para el Senado; los iberos, que ahora no tienen buenos tiempos, desdeñan la Política. ¿Estaban locos los romanos?

Goyo

21-04-15