Margarita

Margaritas

Casi todas las mañanas, el corto viaje me lleva a la escuela; suelo escuchar con mucho interés las noticias que inician la jornada y no desprecio los descansillos donde aparece la poderosa banca publicitándose -“Quien quiere, puede”, afirma convincente un anuncio- y, otro de ellos, lo hace recogiendo una sabrosa/sosa y remilgada conversación entre un abuelo y su nieta.

— Margarita -parece que va a decir: Margarita, está linda la mar; y el viento lleva esencia sutil de azahar…- que acabo de abrirte una cuenta en tal sitio… y la ignorante criatura no entiende eso de “abrir una cuenta”, ni con qué llave se abre, ni dónde está la ventana, ni nada de libreta, ni nada de nada del diabólico arcano bancario. Y el abuelo se recubre de paciencia que rebosa con ternura explicativa, y le recuerda a la nieta que la casa que tiene él y la abuela, la tiene porque allí, en ese sitio, se guarda el dinero para cuando se necesite, “…y si no lo tienes, te lo presta”.

¿ Y a mí me va a pasar lo mismo ? -le inquiere la ignorante criatura-
¡ Pues claro que sí !-responde el abuelo ufano. Y cosa así pero más aguda de análisis y consecuencias presenta el anuncio mañanero en el que todas la niñas pavas de Extremadura podrán adquirir los primeros pasos para aprender -con los respectivos lamentos adultos- lo que es una hipoteca. Naturalmente, todos los mayores torpes de Extremadura memorizarán el consejo mientras acompañan a sus nenes a la escuela.

El abuelo presenta un mensaje experimentado y cariñoso de esta sociedad vieja que nunca acaba de aprender; habla a su niña dándole consejo de hombre que ha vivido y entiende que ella debe también aprender a hacerlo. Los sabios dicen que así no se avanza, no se vence el riesgo, no se aprende del fracaso

Ya no me asombra que los bancos españoles hayan descubierto que las hipotecas no solo se levantan sobre bienes inmuebles o tesoros reconocidos, sino que se edifican sobre las personas que se esclavizan de por vida y dejan en herencia tan maldita operación. Lo que ahora me amenza, es la duda de cómo ya saben los bancos que a esa infancia le depara el mismo futuro que a sus abuelos.

Goyo
08-nov-10

Karmele y el paro.

Lo de Karmele es muy serio: desentraña le «hiproquesía» ibérica media con el mismo rigor que solemos desentrañarnos en los comentarios (puede usted buscar otros, la prensa está repleta) sobre los problemas más crudos que nos atacan.

Creo que ni los años de bonanza se debieron a una dirección económica diseñada por los gobiernos de estos que se dicen estados modernos, ni los años de las crisis obedecen a una falta de dedicación de sus dirigentes políticos. Pero claro, esto es lo que yo creo porque vivo casi feliz.

Ahí tenemos a los líderes orquestados de las alegres hipotecas: ahora proclaman que ya no pueden soportar aquello que edificaron «sobre» (de ahí «hipo»: debajo) aquellas casas del ladrillo abundante. Ahí están flácidos o plácidos sin que nadie se atreva a llamarlos por su nombre: «banqueros«, que sois unos banqueros.

Y ya no podemos decir lo que antes se decía aunque estemos confesados; ya no nos coge ni dios, que sólo atiende a los ricos de espíritu, que de eso sabe bien el episcopado Munilla.

Goyo
25-ene-10

Improvisando

Brothermartx

El fenómeno financiero construido sobre el etéreo valor de las cosas, condujo a sus creadores a una maquinaria de amasar fortunas. El método -para nada improvisado- creó también derivaciones empobrecedoras al descubrirse que las cosas realmente valían poco. Este fenómeno se llama sencillamente «engaño«; pero quizá por vergüenza, hemos convenido llamarlo crisis.

El engaño pertrechado durante la primera década del siglo 21 procede en realidad de todo un bagaje de rutinas financieras anteriores, puestas en juicio por un tal Carlos que tenía mucha barba. La gente simple se sigue preguntando por qué las sandías cuestan diez veces más en el mercado que en el campo, o por qué los campesinos extremeños venden este año la uva sin saber qué precio va a pagarse por ella. Estos dos últimos ejemplos serán las penúltimas ramificaciones derivadas de la «improvisación sub-prime»; el caso es que la contagiosa globalidad ha contaminado de crisis a todo lo viviente, incluido el lenguaje. Lo financiero permutó en mercantil, en social, en político, en cultural, en vacacional, … y así seguirá porque la improvisación ya no sólo es «hacer algo de pronto, sin estudio ni preparación» como nos recuerda el DRAE.

También tenemos otras fuentes de contrastación; en esta máquina, con la que escribo, pulsando el botón derecho sobre el término «improvisar», me aparecen como sinónimos: crear, innovar, reparar, componer, organizar, arreglar, reformar e inventar. Términos que serán sin duda elegidos por los que prefieren el uso metodológico para el tratamiento de los problemas. Y este nos ocasiona otra nueva crisis, la lingüística.

Lo creativo, lo novedoso es siempre fruto de la improvisación, porque lo metodológico determina el camino para llegar a algo previamente definido, predicho, previsto; siguiendo un método no se crea, sino que se produce. Bernard Laurent Madoff improvisó un diseño que posteriormente, tras los debidos experimentos de «ensayo/acierto», transformó en método de enriquecimiento exitoso y no solo para él, que aún dando con sus huesos en la cárcel no ha impedido que miles de banqueros se hayan «convertido» -«convertir» ya tiene más acepciones que las que usted pueda localizar-.

Es verdad que no siempre que se improvisa se crea, pero es imposible crear sin ejecutar juegos improvisados.

Claro que “jugar” con las cosas de la crisis es un ejercicio «funesto» -diría por ejemplo un señor serio-.
Con la crisis no se juega, ni se improvisa, ni se la maneja como pelotita de circunloquios; los efectos de la crisis hay que frenarlos y destruirlos con medidas concretas, que pueden ser:
Medidas de longitud: siete centímetros y dos kilómetros.
Medidas de capacidad: las de ese estadio balear.
Medidas de peso: dos kilitos y medio.
Medidas de entrepierna: depende del tipo de traje.

Y así de inmensa se turba y a todo infecta.

Hasta que nos decidamos improvisar; porque seguir con los mismos ritos, impide ver las cosas desde otras crudezas.

Además, confundirnos no va a provocar ninguna calamidad mayor.

Goyo
20-sep-09