Folio blanco

En tiempos de guerra, los inventos suelen ser tan abundantes como las falsedades, por eso no me acaba de cuajar la noticia que se ha podido escuchar en varios medios.

Una persona moscovita, para protestar en su ciudad contra la guerra que se está librando en Ucrania, ha tenido la ocurrencia de presentarse en la vía pública –no sé si calle, plaza o avenida- portando y mostrando un folio blanco en blanco. No había nada escrito en él. No sé por qué la gente ha entendido tan encendida protesta

Para el poder represor, el papel era insultantemente blanco y así, constituía un altercado de tan elevada protesta, que la policía no dudó en detenerlo y trasladarlo a dependencias policiales.

Aún no sé el cuerpo acusatorio de la policía rusa, la pena impuesta o el perdón concedido; lo que me interesa es reconocer la potencia comunicativa de un limpio folio blanco agarrado y mostrado como pancarta revolucionaria, y de cómo se agudiza la inteligencia del personal sometido a la falta de libertades.

Goyo

15-03-22

Una primera reflexión

En los partidos políticos que se autodenominan progresistas, se tiende a recoger la ideología feminista, la actitud tendente a la liberación de la mujer; pero se tiene miedo a acoger la atención ecologista, la liberación de la Naturaleza de las malas manos y voluntades del hombre.

La generalidad de los partidos progresistas no son enemigos del feminismo; pero no puedo pensar lo mismo sobre su amistas con el ecologismo.

Martes, 15/02/2022

Romper con la semana para edificar el trabajo

 

 

Quizá baste con modificarla, ajustarla, en atención a lo que hemos evolucionado a lo largo de muchos siglos.

El cómputo del tiempo no siempre atiende al ciclo que sugiere o impone el acontecer astronómico; un giro de rotación de nuestro planeta nos sirve para medir un día. Una vuelta de la Tierra alrededor de la estrella es un año. El tiempo que emplea el satélite Luna en mostrar de nuevo toda su superficie iluminada lo utilizaron muchas civilizaciones. Y de estas tres medidas, parece que sólo las dos primeras se han instalado en nuestra sabiduría y en nuestra cultura de forma inquebrantable. Es la Naturaleza quien las impone, aunque las diferentes sociedades hayan acordado otras formas de medir el tiempo: los segundos, las horas, los siglos,…la semana.

El origen de la medida del tiempo en semanas es de carácter religioso aunque cada una de sus siete partes tenga reminiscencia natural. Llamamos semana al ciclo compuesto por siete jornadas seguidas; es decir al período de 7 días naturales con carácter de consecutivos, empezando por el lunes y concluyendo en el domingo. En atención a uno de los principios teocráticos judeocristianos, hasta ahora, se tiende a aplicar la teoría de la creación al proceso laboral: se trabajan seis días y se descansa al séptimo.

En 1988 se firmó la norma ISO 8601, que es la convención internacional que indica el orden de los días de la semana. Esta norma establece que la semana comienza el lunes y finaliza el domingo, siendo la norma que se sigue en la inmensa mayoría de los países del mundo.

El carácter evolutivo de la distribución del tiempo semanal entre trabajo y ocio, nos está empujando a considerar otras formas de descansar, otras formas de trabajar. Máxime si constatamos que la invasión de mejoras del maquinismo y la inmediatez de la robótica provocan una reducción del tiempo de ocupación laboral y un aumento desmesurado del tiempo que puede dedicarse al ocio.

Creo que la respuesta más inteligente y adecuada -además de ajustarse a las tendencias de reducción del tiempo de trabajo- requiere transmutar el tiempo de ocio en tiempo de trabajo para así dar más ofertas laborales a fin de reducir el problema del paro.

En épocas pasadas, la duración del trabajo diario se hacía coincidir con la duración de la luz solar; poco a poco, la historia conoció otras normas menos ingratas. En Inglaterra, por ejemplo, la primera regulación legal en materia de trabajo, data de 1833; aquella Factory Act, limitaba a 12 horas la jornada de trabajo para los niños menores de 18 años. Ya puede imaginar la jornada de las personas adultas. También debe imaginar la cantidad de ocio, de tiempo libre, previsto para la persona trabajadora sin olvidar el plano reivindicativo del mundo obrero.

Ello supuso hace más de medio siglo la aventura de dictar por ley una jornada máxima de ocho horas diarias y un correspondiente descanso semanal que se ha ido agrandando y parece no tener fin. Para ambas situaciones apunté meses atrás algunas reflexiones que quizá convenga revisar: tal vez sea viable una jornada laboral de seis horas con la proporcional reducción de salario y quizá no sea de locos comenzar a pensar en otra concepción de la semana diferente a como la dibuja el Génesis o la impuso la cultura judía.

La cantidad de trabajo que una sociedad requiere de sus miembros tiene mucho que ver con las herramientas que se facilitan a las personas trabajadoras. Bien pronto me parece que nos hemos olvidado del avance de nuevo maquinismo, y que incluso el ocio -no ya el trabajo- viene dispuesto en máquinas. El resultado es que no sólo se dulcifica la pena del trabajo sino el tiempo necesario; y esto último, aunque requiere una menor cantidad de trabajadores implica mayor riesgo de desempleos.

Hace ya diez años que propuse a los ruedos de las redes sociales la idea en la que vuelvo a insistir porque ya no soy el único que se dedica a pensar en nuevas alternativas. Algunos colectivos, grupos y políticos, atentos a afrontar este desafío, comienzan a reivindicar una semana con tan solo cuatro días de trabajo. Así, sin más detalles, me parece erróneo y calamitoso.

La sociedad alemana acaba de contemplar la posibilidad de reducir la semana laboral a cuatro días y yo creo así, en seco, que esta alternativa queda coja e incompleta porque no aclara cómo deben organizarse el resto de los tres días de la semana.

Lo de trabajar menos de ocho horas diarias, además de ser apetecible, implica la necesidad de reorganizar el resto de las horas del día. De la misma manera, reducir el trabajo a cuatro días de la semana, exige reorganizar los tres restantes de forma que la sociedad en su conjunto no sufra deficiencias de atención; pues estamos habituados a que los servicios de lo que denominamos “Estado del Bienestar” permanezcan en funcionamiento a cualquier hora del día y en cualquier día del año. No queda entonces otra salida que repartirnos entre servicios y días.

Hemos dicho que por ancestrales condiciones teocráticas se impuso que el ámbito temporal debía ordenarse en periodos del número siete; que aunque siga siendo mágico, ocasiona tendencias egoístas: todo el mundo se apunta a descansar sábado y domingo; incluso ya hay quien defiende que también el viernes. Y resulta que los niños, las atletas y las neurólogas también se pueden poner malitos el sábado, tener un accidente deportivo el domingo o requerir los servicios de la policía el viernes. Conclusión: aunque se estableciese una jornada semanal de cuatro días, seguiríamos exigiendo que los servicios públicos funcionasen durante el triduo de cada fin de semana. Igual para los privados.

Quizá sea más apropiado a nuestros tiempos acordar que podríamos trabajar, y alternar periodos de trabajo y ocio de tal forma que quien opte -o se le imponga- trabajar seis u ocho horas en el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará el periodo viernessábadodomingo. Y viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia, convenios y ajustes.

Creo que además de la mejora de las condiciones del mundo del trabajo, las más afortunadas serían las condiciones de intercambio cultural, comercial y social entre pueblos y ciudades, entre orígenes y destinos, con el consiguiente y agradable relax de no saber qué fin de semana es el más apetecible; si el que comienza en lunes y acaba el jueves o el comienza el viernes y acaba en domingo.

Parece que las cosas puedan ir cambiando.

Y acerca de la jubilación, la concepción del Estado del Bienestar apunta a una personalización de las condiciones laborales de manera que cabe esperar diferentes formas de abandonar, reducir o cambiar de trabajo sin que una determinada edad sea la clave definitoria. Y conviene buscar planteamientos de un periodo de tránsito hacia la jubilación definitiva con jornadas adaptadas al trabajador y/o a la empresa o administración.

Gregorio Tovar Barrantes

26-oct-20

 

Para leer más.

Spanishrevolution (II)

¿ Por una jornada laboral de seis horas ?

Trabajar a ritmo 3/4

Triduum versus Quatriduum (II)

Sevilla tuvo que ser

El trabajo del ocio

Las horas de los bárbaros del norte

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hace ya diez años que propuse a los ruedos de las redes sociales la idea en la que vuelvo a insistir porque ya no soy el único que se dedica a pensar en nuevas alternativas. Algunos colectivos, grupos y políticos, atentos a afrontar este desafío, comienzan a reivindicar una semana con tan solo cuatro días de trabajo. Así, sin más detalles, me parece erróneo y calamitoso.

 

La sociedad alemana acaba de contemplar la posibilidad de reducir la semana laboral a cuatro días y yo creo así, en seco, que esta alternativa queda coja e incompleta porque no aclara cómo deben organizarse el resto de los tres días de la semana.

Lo de trabajar menos de ocho horas diarias, además de ser apetecible, implica la necesidad de reorganizar el resto de las horas del día. De la misma manera, reducir el trabajo a cuatro días de la semana, exige reorganizar los tres restantes de forma que la sociedad en su conjunto no sufra deficiencias de atención; pues estamos habituados a que los servicios de lo que denominamos “Estado del Bienestar” permanezcan en funcionamiento a cualquier hora del día y en cualquier día del año. No queda entonces otra salida que repartirnos entre servicios y días.

 

Hemos dicho que por ancestrales condiciones teocráticas se impuso que el ámbito temporal debía ordenarse en periodos del número siete; que aunque siga siendo mágico, ocasiona tendencias egoístas: todo el mundo se apunta a descansar sábado y domingo; incluso ya hay quien defiende que también el viernes. Y resulta que los niños, las atletas y las neurólogas también se pueden poner malitos el sábado, tener un accidente deportivo el domingo o requerir los servicios de la policía el viernes. Conclusión: aunque se estableciese una jornada semanal de cuatro días, seguiríamos exigiendo que los servicios públicos funcionasen durante el triduo de cada fin de semana. Igual para los privados.

Quizá sea más apropiado a nuestros tiempos acordar que podríamos trabajar, y alternar periodos de trabajo y ocio de tal forma que quien opte -o se le imponga- trabajar seis u ocho horas en el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará el periodo viernessábadodomingo. Y viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia, convenios y ajustes.

Creo que además de la mejora de las condiciones del mundo del trabajo, las más afortunadas serían las condiciones de intercambio cultural, comercial y social entre pueblos y ciudades, entre orígenes y destinos, con el consiguiente y agradable relax de no saber qué fin de semana es el más apetecible; si el que comienza en lunes y acaba el jueves o el comienza el viernes y acaba en domingo.

Parece que las cosas puedan ir cambiando.

Y acerca de la jubilación, la concepción del Estado del Bienestar apunta a una personalización de las condiciones laborales de manera que cabe esperar diferentes formas de abandonar, reducir o cambiar de trabajo sin que una determinada edad sea la clave definitoria. Y conviene buscar planteamientos de un periodo de tránsito hacia la jubilación definitiva con jornadas adaptadas al trabajador y/o a la empresa o administración.

 

 

Para leer más.

Spanishrevolution (II)

¿ Por una jornada laboral de seis horas ?

Trabajar a ritmo 3/4

Triduum versus Quatriduum (II)

Sevilla tuvo que ser

El trabajo del ocio

Las horas de los bárbaros del norte

 

 

 

 

 

 

 

Gregorio Tovar Barrantes

26-oct-20

La curva

 

 

Yo tenía mi reciente y fresca Licenciatura en Filosofía y Letras, Rama Pedagogía, con el añadido de la  especialidad en Supervisión Educativa y además, tenía tiempo aseado para seguir indagando en las teorías y prácticas de la enseñanza. La Universidad belga de Sart Tilman (Lieja) me aceptó como estudiante de cursos de postgrado -así lo llamaban en la época- cursos por los que una vez superados según el criterio de la cátedra, se me reconocería la elevada condición de doctor. No se hablaba entonces de “masters” ni existía cosa parecida a la Universidad de Harvardaravaca.

 

Uno de los cursos dependiente de la cátedra de Gilbert de Landsheere, lo impartía el profesor Marcel Crahay y en él tratábamos de profundizar en los diferentes estudios y tesis existentes para detectar “cómo los maestros enseñan”; es decir, qué hacen las maestras y los profesores cuando dicen que enseñan, cómo se pueden analizar los procesos de enseñanza y aprendizaje, cuáles son los elementos sustanciales y cuáles no tienen significación en la transmisión de los conocimientos, cuáles son los más efectivos y exitosos,…

 

Las técnicas de observación, grabación y registro del comportamiento de enseñantes y alumnos durante las sesiones de las clases se producían tras un periodo de experiencias que asegurase que los comportamientos no fueran contaminados por la presencia de observador, cámaras y micrófonos. Hasta que la familiaridad de todos los elementos del proceso no estuviese asegurada, los registros no se consideraban válidos. Después se estudiaban. Después se elaboraban hipótesis. Después se contrastaban,…

 

La estructura científica de las universidades belgas era entonces reflejo fiel de los movimientos que los estudiosos estadounidenses impusieron a la Psicología del Aprendizaje, así que debíamos estudiar a fondo las propuestas de Flanders. El Sistema de Flanders de análisis de la interacción que ocurre en el aula, es un procedimiento de observación y registro que se puede utilizar para clasificar el comportamiento de los aprenden y del que enseña. Se grava la actividad y se disponen los registros en una especie de rejilla gráfica pero tiene el inconveniente de no presentar una visión conclusiva.

 

Pues bien, mi propuesta, valorada muy positivamente por el profesor Crahay superaba en claridad expositiva y conclusiva la tarea de la rejilla de Flanders y surgía de la matematización de las conductas de las acciones e interacciones que se producían en el aula.

 

Pero mi estancia en Bélgica toca a su fin sin que pudiera abordar mi avalada hipótesis. Vuelvo, regreso definitivamente a España y me presento ante la máxima autoridad universitaria regional en materia de educación; a tal señor –de cuyo nombre no quiero acordarme- le presento explicación y papeles y me dice que mi estudio tiene un marcado sesgo cuantitativo, que había muchas fórmulas y cálculos, que lo que aquí se imponían y triunfaban eran los estudios cualitativos. Que yo no tenía nada que hacer. Y sigo en stand by.

 

A lo largo de treinta años llevo, guardando y observando el poquito caso que hace nuestra sociedad y sus dirigentes a los estudios avalados por las ciencias exactas (Matemáticas & Física) y el acuse efectivo y afectivo que provocan las artes cualitativas (Imágines y Palabras); o sea, lo cualitativo.

 

Como prueba -creo irrefutable- tenemos a toda una autoridad presidenta de la Comunidad de Madrid, inmutable y desafiante ante la rotundidad de datos, registros, tendencias conclusivas, expresiones gráficas cartesianas, estadísticos,… Nada. Toda información que no coincide con su planteamiento cualitativo, se defiende con una palabrería cada vez más insoportable, ilógica y rebosante de engreimiento.

 

 

 

Gregorio Tovar Barrantes,

30 de septiembre de 2020

Hace 10 años

Hace ya diez años que propuse a los ruedos de las redes sociales la oferta en la que vuelvo a insistir porque ya no soy el ridículo único que se dedica a pensar en nuevas alternativas. La sociedad alemana acaba de contemplar la posibilidad de reducir la semana laboral a cuatro días y yo creo así, en seco, la alternativa queda coja e incompleta; por lo tanto, me apetece volver a explicar.

Dicen los libros y las historias – que Alá y San Jerónimo sabían más- que de la Gran Depresión de hace un siglo, diseñada también por los Señores de la Bolsa, se salió en parte gracias a creer en la apuesta de que era posible funcionar modernamente permitiendo al obrero una jornada de ocho horas y un salario a sus cuentas -a las de ellos

Bueno,… y así parece que se enderezó todo hasta el punto que, por procesos democráticos o escopetacráticos, algunos países del contexto europeo abrazaron dictaduras tan delirantes, que aún persisten los recuerdos de su histórica memoria. No será verdad que la crisis provocó el sarpullido dictatorial; pero algunos pijos aprovecharon el aire, con la misma fuerza que un montón de imbeciloides creyeron que “Nazi” era la abreviatura de “nacional y socialista”.

Que lo que quería decir es que si se reparte el pastel laboral, es posible que toquemos a menos trozo pero más apetitoso.

Lo de trabajar menos de ocho horas diarias puede ser apetecible; pero estamos habituados a que los servicios de lo que denominamos “Estado del Bienestar” permanezcan en funcionamiento a cualquier hora del día y en cualquier día del año. No queda entonces otra salida que repartirnos entre servicios y días.

Ignoro qué condición teocrática impuso que la cosa temporal debía ordenarse en periodos del incómodo número siete; que aunque siga siendo mágico, ocasiona tendencias egoístas: todo el mundo se apunta a descansar sábado y domingo; incluso ya hay quien defiende que también el viernes. Y resulta que los niños, las atletas y las neurólogas también se pueden poner malitos el sábado, tener un accidente deportivo el domingo o requerir los servicios de la policía el viernes. Conclusión: aunque se estableciese una jornada semanal de cuatro días, seguiríamos acostumbrados a no dejar descanso a los servicios públicos durante el triduo de cada fin de semana.

Quizá sea menos malo acordar que podríamos trabajar, y alternar periodos de trabajo de tal forma que quien decida – o se le imponga- trabajar ocho horas el periodo lunesmartesmiércolejueves, descansará el periodo viernessábadodomingo. Y viceversa. Con posibilidad de intercambio, alternancia, convenios  y ajustes.

Puede que incluso así la gente deje las bajas por enfermedad para los días de descanso y los servicios públicos mejoren en salud.

Creo que las más afortunadas serían las condiciones de intercambio comercial y social entre pueblos y ciudades, entre orígenes y destinos, con el consiguiente relax de no saber qué fin de semana es el más apetecible; si el que comienza en lunes o el que acaba en domingo.

Todo esto y mucho más en este rinconcito.

Goyo

Primero de septiembre de 2020.

Lusitania por Europa

 

 

Quizá en Bruselas no saben quién fue Viriato aunque sepan con certeza quién es Puigdemont. No corren buenos aires en aquel núcleo duro del Benelux; la misma ciudad y país que abrigaron el ayuntamiento de naciones de la Europa Occidental, son incapaces de mostrarse como ejemplo de tolerancia que sepa enriquecer las diferencias que a veces arrastran los idiomas y las aspiraciones. No me gustaría que el último huracán levantisco protagonizado por Inglaterra marcase el inicio de una tendencia desintegradora.

Recordemos que aquella provincia romana del oeste ibérico tenía su capital en lo que hoy es Mérida y, aunque a mucha de nuestra gente le gusta la Historia, a las gentes de ahora nos la veo yo inclinadas a recuperar sentimientos y debilidades de épocas pasadas. Tampoco las percibo adeptas a dar un vencijón agradable a la deshilachada Unión Europea. Aprovechando que el gobierno inglés nos ha dejado con goteras en algún techo y porquerías en los rincones, bien que debiéramos superar las amenazas que apuntan los estudiosos de la pérfida historia inglesa. Siempre se han comportado así. El nuevo empuje bien pudiera iniciarse desde el sur europeo y mejor concretamente desde el mismo centro de la zona lusitana, región que permanece casi aislada, poco comunicada como una especia de tumor benigno que alguien debe sajar para limpiar cúmulos infectos.

A lo largo y ancho de la vieja Europa no se aprecian señales luminosas

El gobierno extremeño puede sentirse en la obligación de reanudar Madrid con Lisboa para que sus campos y cielos sean atravesados por los diversos medios de comunicación; pues aquí, en la Europa de Abajo, siguen dos capitales de dos naciones dándose la espalda, asustadas por la lejanía y fíjense que para su enlace no hay que tunelar montañas, pues ambas ciudades se enclavan en el mismo valle que el río Tajo lleva esculpiendo desde milenios.

Acudiendo a razones más cercanas en el espacio y en el tiempo, este nuevo proceso centrípeto difuminará la locura y desafío centrífugo de esa intención arropada por personajes distinguidos por no respetar las leyes.

Extremadura debe creerse que tiene la obligación de decidir y animar pasos que recuperen y reciclen lo que los Santos Inocentes nos enseñaron, ya que a lo largo y ancho de la vieja Europa no se aprecian señales luminosas que sigan alumbrando el Tratado de Roma o el vuelo de la Milana.

Goyo

28-mar-20

 

Con las manos en los bolsillos

 

Siso dejó la escuela muy pronto, como era la regla de los pueblos en la época de los ancestros de Vox; sin embargo, las experiencias lo han convertido en docto. De todos los licenciados y doctores que conozco, nadie me ha sabido explicar el sustento ético y legal que explique aún que el melocotón selecto, en su grado justo de madurez, en su culmen de color y sabor se compre al agricultor a 17 céntimos el kilo y no lo encontremos en ninguna tienda de al lado porque ya ha sido reservado para la exportación. Lo nuestro es más barato porque no merecemos la calidad suprema.

 

La calidad superior se vende en nuestros comercios -por definición- a un precio diez veces superior. El resto de calidades dibuja un espectro que atosiga a los expertos economistas que ni anticipan, ni comprenden, ni saben regular los precios. Entenderéis entonces mi declarada apostasía de eso que dicen que se llama ciencia económica.

 

El amigo Siso dejó de ser pastor después de cuatro años cuidando las ovejas del amo de su padre. Las cuidaba y las guardaba con la obediencia purísima que el padre merecía, pero no por su entera convicción de que aquello fuese oficio digno según el salario que recibía, que debió ser tan escaso que ya no lo recuerda. Como a ello también se sumaba la posibilidad de caer en otra servidumbre similar a la paterna, afrontó la huída del campo y obtuvo asiento profesional en el almacén de piensos para el ganado, pesando kilos, repartiendo sacos, cobrando encargos,…

 

Descubrió no obstante que existían dos personas en aquel pueblo que ni llenaban sacos, ni empujaban carretillas, ni pesaban con esmero; sólo se ocupaban de trasladar demandas de compraventa bajo rudas y simples anotaciones en una libretita; es decir, ligar la demanda de piensos a la oferta del almacén y eso -decía Siso- les permitía vivir la mayor parte del tiempo en el bar, “con las manos en los bolsillos” y la cabeza ordenada sin necesidad de ordenador.

 

El ministro actual del sector primario propugna una ley por la que no podrá haber nadie que venda por debajo de los que cuesta producir, y que con controles se obligue al menos a pagar al agricultor lo que le ha costado producir sus productos. Y si no es así, podrá perseguirse. Mi duda está en saber si tal ley asegurará también que nadie comprará por debajo de lo que cuesta producir.

16-feb-20

Cordura

 

Cuando tenemos la suerte de creernos que nos gobierna una mente sana, que no sufre ni padece trastorno y que nos hace sentirnos repletos en la capacidad de pensar, obrar y reflexionar, tenemos casi todas las armas para sentirnos felices. Ejecutando todas estas potencialidades podemos llegar a edificar una sólida estructura crítica, con todas sus ventajas e inconvenientes. Pero como algunos sabios nos avisaron de que quien añade cordura añade infelicidad; así me encuentro en la enorme duda de si sería mejor dejarse llevar por la locura, la estupidez o la payasada. Cualquiera de las tres puede producir risa que también nos puede llevar a la felicidad.

Las experiencias sirven para certificar las dudas. Esta experiencia que ahora narro la cuajé en unas cortas vacaciones de verano en las costas gallegas del norte de Pontevedra y sur de La Coruña. Recorrimos a pie buena parte del litoral porque disfrutábamos de la bravura de las olas entre las rocas. Ya ven, para los sujetos del interior, el incesante mar con sus mareas y empujones constantes constituía el espectáculo de diversión cotidiana. No éramos capaces de decir que siempre veíamos lo mismo; el mar cuando se orilla vuelve a crear otra oportunidad de diálogo con la tierra.

El inquebrantable movimiento de las aguas convierte su aparente debilidad en erosión de las rocas más duras

No obstante, percibíamos detalles en los que siempre aparecía lo mismo: muchas edificaciones y actuaciones humanas del litoral (carreteras, paseos, almacenes, fábricas, casas,…) se habían ejecutado como desafiando groseramente ese diálogo de vaivén entre las aguas y las tierras. De ordinario, las tierras son quietas y las aguas tornadizas y además, el inquebrantable movimiento de las aguas convierte su aparente debilidad en erosión de las rocas más duras. Gana siempre el mar.

Yo era entonces algo conocedor de nuestra Ley de Aguas, de esas cosas de derecho al paso de policía, del ejido de los pozos públicos, de la máxima avenida conocida en los arroyos y de otros pintorescos detalles que parecen de otros siglos. Tú le nombras a un señor constructor alguna de estas expresiones y le viene la risa feliz.

Llevamos casi una semana conociendo muestras inequívocas de que se ha intentado burlar la cordura y el dominio del mar sobre el litoral; la borrasca bautizada como Gloria, nos sirve gratis y abundantes imágenes de cómo el mar recupera sus propiedades.

04-feb-20

Carta puebla

 

No debemos ausentarnos de las tendencias mediáticas y por ello conviene estar atento a las tendencias informativas. Ahora triunfa el desvelo por lo que llaman España vaciada y pocos son los que concluyen que el despoblamiento se corrige con poblamiento.

 

Cuando estas tierras aún no habían recibido el nombre de España -allá del Duero- los reyes cristianos, los señores eclesiásticos, y otros laicos de la península ibérica, se compusieron para reorganizar con población los territorios que antes habían sido habitados y organizados por el poder musulmán. La clave que hacía apetecible aquellos apetitosos traslados se basaba en otorgar tierras y una serie de beneficios a familias y grupos poblacionales porque así se garantizaba la repoblación de las diversas zonas que por razón económica o estratégica era preciso dotarlas de suficientes habitantes.

 

Hay “teorías” que explican cómo llenar las ciudades y son realmente efectivas: dotarlas de abundantes y grandes centros comerciales, de amplios locales de ocio, de servicios administrativos, de abundantes y ágiles medios de transporte,… Quizá los teóricos no cayeron en la inmediata consecuencia que este diseño arrastra: la eliminación progresiva de los pequeños núcleos urbanos.

 

Cada vez nacen menos niños, quizá sabiendo sus padres que apenas tendrán oportunidades para triunfar laboralmente en el futuro. Una primera apuesta exige disponer qué profesiones se van a necesitar, aunque erren las conjeturas. Para llenar los pueblos, o salen los habitantes sobrantes de las ciudades o se atiende de manera generosa y definitiva a ciudadanos de otros países.

 

No bastaría con recompensar a los pobladores que se atrevan a dejar la ciudad, el estado actual de penuria social de muchos pueblos exige además un tratamiento protector de las personas que no han podido o no han querido abandonar los pequeños núcleos rurales.

 

¿A qué se dedicarían las tierras que pudieran ser reconquistadas demográficamente? Ya no podemos esperar bondades tradicionales sino a una nueva adaptación de las poblaciones a la tecnología que para eso, cualquier terruco sirve un montón. Así pues, se necesitan estudios, dedicaciones y decisiones sociopolíticas que liberen a la población del desencanto y del muermo.

 

Mi duda es si a este desafío podemos denominarlo reconquista rural.

 

Goyo

16-ene-20